Queréis que dejemos de vender armas, ¿pero qué hacemos entonces con los empleados que se dedican a eso? Queréis que los trabajadores tengan sueldos dignos y contratos de larga duración, ¿pero qué hacemos entonces con los beneficios de los empresarios?

Queréis conciliar la vida laboral y familiar, ¿pero cómo hacemos entonces un país productivo? Queréis derechos sociales, sanidad, y educación para todos, ¿pero cómo lo pagamos? Queréis mantener la naturaleza, las costas y montañas como territorios vírgenes, ¿pero cómo levantamos entonces a nuestros pueblos? Queréis que vuestros hijos respiren un aire no contaminado, ¿pero cómo moveremos nuestras máquinas sin petróleo? Queréis la paz en el mundo, ¿pero cómo nos quitamos de en medio a los que oprimen? Queréis que entren los refugiados de guerra en nuestros países, ¿pero cómo pagamos su estancia? Queréis que se redistribuya la riqueza en el mundo, ¿pero estáis dispuestos a tener menos? Queréis que vuestra vida no signifique sólo un parámetro numérico que os coloque en los análisis económicos, ¿pero cómo entonces podríamos convenceros de que vuestra civilización es la más adelantada de todas si no utilizásemos única y exclusivamente el dinero como indicador?

La utopía que maneja la juventud es siempre contestada por la realidad que utilizan principalmente las generaciones mayores, aquellas que hablan desde la experiencia, para convencer a los pequeños de que nada puede hacer cambiar este mundo, y que, si acaso, sólo podremos esperar a que lo que venga después de la vida sea la utopía perseguida en Tierra por los inconsciente e insensatos que persiguen un mundo más justo aquí abajo. No es posible, suelen decir, hay que claudicar, la vida es así, la vida es injusta, y siempre lo será.

Que las generaciones mayores no hayan logrado ese mundo más justo no implica que el resto de generaciones no podamos intentarlo. Hace un tiempo, el presidente del BBVA reclamaba en una entrevista un gobierno “que no piense en utopías”. Él ha logrado la suya propia, gana más de cinco millones al año, tiene dinero a espuertas, pero el resto se debe conformar con la realidad. No existe nada peor que escuchar a un mayor, y encima rico, diciéndole a un joven que no luche por lo que cree justo, insistiéndole en que la utopía es imposible. Consigue eliminar de un tirón las dos armas más poderosas con las que nacemos, las que nos hacen sentir más vivos: la ilusión y la creatividad que sólo el tiempo y el descuido logra desgastar en cada uno de nosotros.

Eduardo Galeano escribía hace tiempo que “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

Pues hagámosle caso. No dejemos de caminar. Y de ignorar a los que hablan desde la riqueza que proporciona a unos pocos el sufrimiento de una mayoría.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...