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El otro día salí de casa a dar un paseo y a las primeras de cambio me encontré a Menganito. Nos paramos y charlamos un rato, y la conversación no tardó en derivar a la política. “Hay que evitar que los de Podemos lleguen al gobierno, tío, ¿te imaginas esto en plan Venezuela?”, me dijo.

Yo le pregunté si él conocía Venezuela, si había estado allí, o en algún lugar de Sudamérica o Centroamérica, y me dijo que no, pero que vamos, que podía uno hacerse la idea a través de la televisión. “Ah, vale”, le dije yo. Dos minutos después ya nos habíamos despedido, deseándonos un buen día y una mejor recuperación económica para el país.

Seguí hacia adelante, no tenía un rumbo fijo, paseaba por pasear, y de pronto me encontré a Fulanita, qué alegría verla. Nos saludamos, claro, y nos preguntamos por nuestras familias y otros temas, hasta que de nuevo surgió la política. “Como salga el PP de  nuevo, yo me voy del país. No puedo entender cómo la gente puede seguir votando a esos ladrones, que las noticias sobre ellos no les haga replantearse el voto a tanta gente”, me dijo. Yo le pregunté si era el único partido que robaba, me atreví a decirle si aquí en Andalucía también el que gobernaba y robaba era el PP. En fin, hablamos durante cinco minutos más de algunos tópicos, y nos despedimos.

Continué mi camino hacia ninguna parte. Había salido para despejarme, para no pensar en nada en especial, y la gente con la que me encontraba me obligaba a dirigir mis reflexiones internas hacia lo que verdaderamente ha conseguido aburrirme. Pero bueno, entiendo que en general, en las conversaciones fugaces, una vez informado por la familia y los amigos, o se habla de fútbol o se habla de política. Y yo soy más de baloncesto.

Entonces me encontré a Zutanito, y de nuevo la misma historia. Llegó el momento del comentario político “lo que no puedo soportar es que vayan a colarnos a Ciudadanos como partido de centro, siendo el partido del Ibex. Van a hacernos el cambio de siglas y van a dejarnos igual que el PP”. Reímos un poco, le quitamos hierro al asunto, nos despedimos, y reanudé mi paseo.

Y a pocas manzanas de aquel lugar, me encontré a Perengano. No es necesario volver a explicar lo que sucedió, hasta que en un instante determinado me dijo “es que no puedo con Pedro Sánchez, tío, ¿se puede ser un producto de marketing más evidente? Es el típico que no tiene opinión propia, que cada día tiene una ocurrencia que para nada coincide con su apariencia”. Suspiré, me sacudí el pelo con la mano, creo que llegué a detectar un leve amago de desvanecimiento, imaginando que esto continuara así hasta que llegase el 20 de diciembre, pero lo sortee bien y, tras unos minutos en los que también reímos, nos despedimos y cada uno siguió su destino.

Afortunadamente, no me volví a encontrar a nadie más, y pude dedicar el resto del camino a recordar los titulares de prensa de cada periódico en el último año, y a constatar cómo nos convertimos en vectores de la información, en transmisores de las palabras que escriben otros, algunos de forma interesada, y cómo eso nos hace creer que estamos en posesión de la verdad absoluta.

Me vinieron a la cabeza otras palabras que una vez modifiqué de un grande, adoptándolas como filosofía de vida tras los cacaos impresionantes que me formaba en mi cabeza cuando intentaba comprender la realidad, mientras observaba la aparente seguridad con la que otros alcanzaban sus conclusiones de la misma: “Dudo, luego existo”. Que creamos que tenemos la razón no implica que lo que decimos sea cierto.

Decidí entonces dar por concluido mi paseo, volver a mi confusión vital, y conformarme con existir.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...