Soy tonto. Sí, ya sé que quizás pensaste eso alguna vez: “este tío es tonto”, esa idea es posible que pasase por tu imaginación al leer cualquiera de mis escritos o comentarios. Pero ahora lo reconozco abiertamente: lo soy, soy tonto.

¡Eh! Tampoco te rías mucho, que tú también lo eres. Eres tonto. Y él también. Somos todos tontos, pero tontos de remate, y, posiblemente, tontos sin solución. Nos decimos que somos la única especie inteligente del planeta, pero porque no queremos ver que con “inteligencia” hemos creado, quizás de manera subconsciente, un sinónimo eufemístico de su propio antónimo: “estupidez”. Somos la única especie estúpida. Y eso cada vez es más patente con el crecimiento de las redes sociales, y de las opiniones, noticias y comentarios que decimos, vertemos y/o compartimos al mundo cibernético.

A alguien famoso le preguntan algo, normalmente relacionado con algo morboso, algún aspecto de los que hacen resurgir nuestros más intensos sentimientos borreguiles, esos que se encuentran resguardados más allá de las murallas de nuestra estupidez y que nos hacen responder y escuchar despreciando a la razón: la patria, la religión, el fútbol, la política. Este alguien contesta una gran parrafada, una explicación lógica de la supuesta duda que el periodista en cuestión parecía tener con respecto a sus ideas de alguno de esos temas.

Pues bien, ahora el periodista tiene la materia prima: un montón de palabras juntas formando frases, llegando a un párrafo que traslada la idea perfecta de lo que quería dar a entender el famoso en cuestión. Pero claro, si traslada la idea que de verdad quería exponer el famoso en su respuesta, entonces quizás demostraría que dicha persona tiene visos de inteligencia o de sentido común, y alguien que esté en el negocio de la información por internet bien sabe que eso no vende. El periodismo de titular está basado en resaltar la estupidez, en crear buenos y malos absolutos, sin matices, así que debe extraer cualquier frase de las múltiples palabras que ha recibido de manera que consiga trasladar un titular de impacto que haga detenerse al lector y clickear en la noticia. Y el impacto que mueve al lector mayoritario a detenerse llega de la exaltación de la estupidez. Porque ya lo dije antes, somos tontos.

Es ahí cuando todos entramos en juego en el show de las conversaciones banales, esas que tanto nos encanta, y en la que se basan las redes sociales. Identificamos al famoso con el titular extraído fuera de contexto, que no es más que lo que alguien dice que dijo, evitamos leer el resto de la noticia para no entrar en conflicto con nuestras ideas preconcebidas, esas que dictan que los que piensan distinto a mí son tontos, sin atender a que el mayor de los tontos suele ser aquel que piensa que el resto es más tonto que uno mismo.

Tenemos como resultado ideas preconcebidas que fomentan otras ideas preconcebidas que dibujan la personalidad de los que vamos a considerar buenos y malos para siempre, y que nos van a motivar a visitar sólo noticias y medios que no hagan más que reforzar el tablero de fuerzas que nos hemos creado, de orcos y elfos, que ya tenemos bien instaurado en el cerebro, y que no permitirán absorber ni un solo razonamiento que desmonte lo que ya había sido aceptado por nosotros. Y además, tenemos una capacidad alucinante de traspasar a nuestra descendencia dichas ideas, en una suerte de efecto bola de nieve en el que generaciones más jóvenes defenderán más fervientemente el odio hacia los que se les ha dicho que son malos que sus propios predecesores, sin haber tenido nunca constancia alguna de la maldad real de los mismos.

Lo dicho. Somos tontos. Y lo seremos cada vez más. A no ser que paremos la bola.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...