Cuando queremos ir a un lugar lejano, nos montamos en un transporte, sea éste un vehículo, un autobús, un tren o un avión. Nos sentamos y tranquilamente esperamos a que la máquina recorra el camino por nosotros.

Cuando llegamos al destino, cogemos otro autobús o un taxi que nos deja aún más cerca del lugar al que queremos llegar. Allí subimos en un ascensor por el que salvamos la altura existente entre el nivel del suelo y la planta donde se encuentra la casa en cuestión. Al abrir la puerta, podemos llegar a la cocina, abrir la nevera y preparar en menos de cinco minutos cualquier tipo de comida precocinada. Para que no nos engorde la comida rápida, podemos tomarnos una pastilla que quemará las grasas por nosotros sin movernos. Nos podremos sentar en el sofá, y a través del mando a distancia cambiar la cadena de televisión hasta llegar a una en la que nos expliquen lo que tenemos que pensar y decir.

También podríamos hacer lo mismo con un equipo de música cambiando el dial con un mando y escuchar la emisora que más nos guste. O podemos jugar con cualquier videojuego, o con el móvil, o con el portátil o el Ipad y navegar por internet, ver la película o la serie que queramos, echar un vistazo a las noticias, opinar en cualquier red social lo que nos parezca o lo que nos han repetido que debe ser lo bueno, o unirnos con un solo clic a cualquier causa honorable firmando una petición que nos haga sentir que estamos luchando contra las injusticias del mundo.

Hemos facilitado tanto la existencia que cuando algo se sale del funcionamiento normal entramos en crisis o depresión. La tecnología ha conseguido, en gran parte, que nos acostumbremos a la comodidad, y hemos identificado a ésta con la felicidad sin atender a que nos lleva irremediablemente a la holgazanería, y ésta a la pasividad mental.

Obviando el paro, la pobreza y todas las circunstancias reales que nos rodean, el mundo fácil ha logrado que la mayor parte de los objetivos básicos los podamos conseguir sin esfuerzo, pero no hemos prestado atención a que la vida sin dificultad es el camino más corto para llegar a un mundo sin creatividad, un lugar destinado a irse consumiendo en la idea de que “las cosas son así y así serán siempre”, porque nos vemos incapaces de imaginar que otras soluciones distintas a las ya pensadas para los problemas que no logramos solventar serían imposibles de llevar a cabo.

Quizás solo nos quede un camino. Apaguemos la tele y la radio, cerremos el periódico, desconectemos el wifi y el móvil. Liberémonos de los prejuicios. Salgamos a la calle o al campo, paseemos y pensemos. Utilicemos esa herramienta tan en desuso llamada “imaginación”. Planteemos maneras diferentes. Luchemos contra la pasividad soñando. Quizás la única posibilidad de salvación por nuestra parte llegue de la transformación del homo sapiens en el homo imaginatus. Pero eso requerirá esfuerzo. ¿Te atreves?

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...