Estamos en el momento del año en el que más eventos familiares, amistosos y laborales tienen lugar. Se trata de comidas, meriendas, cenas, tardes de cervezas, noches de copas, de paseo, reuniones de salón, de sofá, de barra, de mesa, de película en el brasero, de, en definitiva, charla indiscriminada con gente que no frecuentas desde hace casi un año y que se mezcla con otros que pertenecen a tu día a día, dando inicio a explosivas conversaciones.

A veces se forman grupos solo de hombres, en otras ocasiones solo de mujeres, y las más divertidas las conforman grupos mixtos. A veces son los amigos de la infancia, otros los de la juventud, otros los de ya mayor. A veces estos se unen con aquellos, y aquellos se mezclan con los del trabajo, o con la familia. Se tocan temas de toda índole, empiezan con un cómo estás, qué tal la familia, ¿todos bien? ¿Y el trabajo? ¿Cómo va todo? ¿Cuánto te queda de contrato? ¿Te mudaste? ¿Entonces la has dejado, después de tanto tiempo? Vaya, lo siento, bueno, ahora tienes más libertad para hacer lo que quieras, disfruta de la vida. ¿Y tú? ¿Te has echado novia? Bueno, ahora tendrás más oportunidades para conocer la vida en pareja, te irá bien, seguro. Etcétera, etcétera, etcétera.

Para cada respuesta de cada pregunta tenemos una contestación preparada de manera innata que se amolda perfectamente a la situación del contertulio que tenemos enfrente. Son estas unas fiestas sanas en las que nadie desea el mal ajeno ni poner en un aprieto a la otra persona, así que se opta, ante todo, por ser cordial, y demostrar la alegría, el afecto y la preocupación que realmente sentimos hacia nuestros amigos y familiares, sin profundizar más allá.

Pero sabes perfectamente que eso no queda ahí. Tras los intercambios previos, en los que has estado interesado en conocer la verdad de tu amigo o familiar, en saber realmente cómo es su situación actual, alcanzamos a tratar los asuntos realmente polémicos.

Es entonces cuando te acuerdas de que antes de salir de tu casa te planteaste no tratar esos asuntos. No estás por la labor de que vuelva a suceder lo de la última comida, pero el anís da paso a los villancicos, y estos se adoban con cervezas que se ven encumbradas en copas, y la risa y la alegría desembocan en el Asturias Patria Querida, y es entonces cuando aparecen los temas que no querías tratar: el fútbol, la religión y la política.

Son aquellos asuntos en los que todo el mundo parece tener una opinión formada y anclada, en la que nadie busca conocer la verdad sino tener razón e imponerla al resto, en los que los argumentos son sustituidos por gritos, en los que el que habla piensa que está siendo escuchado, pero ése que se supone que escucha no hace más que pensar en lo que va a decir cuando el otro tipo que está hablando se calle. Es, por tanto, el momento en que la inteligencia dice que se va a dormir, que no la esperemos despierto, y le deja las llaves de casa al corazón. Nos quedamos entonces ahí, sin ella, contentos, listos para dar rienda suelta a lo que nos pide el cuerpo, exhortar todos nuestros prejuicios sin limitación alguna y sin necesidad de que pasen por ningún filtro cerebral.

Hace tiempo, un joven Stevie Wonder nos advertía en su piano que “Si bebes, no conduzcas”. Deberían hacer otro anuncio que dijera “Si bebes, no hables de futbol. Ni de religión. Ni de política”. Lo podría protagonizar alguien que hubiese dado muestras más que evidentes de que lo que busca es tener razón y no conocer la verdad. Se me ocurre Eduardo Inda, por ejemplo.

Biólogo de formación con filósofa deformación, escritor, autor de la novela 'La soledad del escribido' y del blog 'Mi Mundo Descalzo', ha sido infectado por dos moscas ciertamente peligrosas: una,...