– ¿En qué jodido instante te has hecho mayor, niño? No levantas un palmo de esta tierra rojiza y baldía y, la poca educación, encima, la habrás robado probablemente de alguna trinchera para menores.

– ¡Arriba las manos que esto no es una broma: es un juguete!
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– ¿Cómo te atreves? Te rociaré de racionalismo y comprenderás que esta vida que llevas de camisetas roídas y pasamontañas es por la absoluta despreocupación de tu gobierno. Por tu mala suerte. Deja a los mayores hacer lo que no saben hacer y tú, mientras, calla o…

–… ¿Disparo? No te preocupes, será la enésima vez que aprieto este monstruo que nos anestesiará a los dos.

Por imaginar diálogos crueles que no sea. El próximo domingo 12 de febrero es el Día internacional de los niños y niñas soldados. Y sí, tenemos tiempo para una asimilación forzada y sin ningún tipo de sentido: entre más de 250.000 (según la ONU) y más de 300.000 (según Amnistía Internacional) menores participan en conflictos bélicos. Los países que se suman a la nada enorgullecedora lista se calcula en más de 80 y, del total, alrededor de un 40% son chicas que, además de disparar y matar, sirven como esclavas sexuales.

Cómo cambia la historia. En el hemisferio norte nos hacemos mayores, –según las construcciones sociales–, al perder la siempre recordada virginidad o al toser por las primeras caladas a un cigarro aliñado con hierba. En el Sur del sur, esos espacios inundados de todas nuestras imperfecciones y miedos, algunos niños directamente nacen adultos, con un Kalashnikov bajo el brazo y con la extraña sensación de haberse esnifado el tiempo. Es de locos.

El plus para los desquiciados que adiestran estos ejércitos es que a edades tempranas la sensación de miedo es muy reducida en comparación con las personas adultas. Es decir, los niños soldados se convierten en avanzadillas camicaces en el campo de batalla.

El modelo en el que vivimos, además de gastar irresponsablemente las fuentes de energías no renovables, esquilma también los recursos humanos y recurre a este capital infantil. Según el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño, relativo a la participación de menores en los conflictos, “se prohíbe que las fuerzas gubernamentales recluten obligatoriamente a cualquier persona menor de 18 años e insta a los Estados a aumentar la edad mínima para el reclutamiento voluntario por encima de los 15 años”. Pero en la ciencia de las relaciones internacionales, el incumplimiento de los protocolos y tratados es el pan de cada día.

Presumiblemente, la información que aparezca en los medios de comunicación este domingo sobre el Día internacional de los niños y niñas soldados se centrará en la situación de los menores en las guerras (eufemísticamente llamadas conflictos) de Chad, Israel, Myanmar, República Democrática del Congo, Yemen o El Salvador. Lo interesante sería subrayar además, que estas prácticas de reclutamiento de menores para las acciones bélicas también las practican gobiernos democráticamente establecidos en Occidente: los ejércitos de EEUU, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Australia tienen enrolados en sus filas a menores de 18 años. De hecho, según el documento Child soldiers. Global report 2008 (Niños soldados. Informe global 2008), las tropas británicas incluso llevaron a algunos de ellos a la guerra de Irak.

Esta lucha es lenta pero necesaria, de compromiso internacional, de voluntad política. Por el momento para finales de este año está previsto que se firme un Tratado sobre Comercio de Armas, un primer paso porque no existen unas reglas internacionales y legalmente vinculantes que regulen este negocio. Y por este compromiso la alianza global de la sociedad civil creada en 2003, Armas Bajo Control, ha sido nominada, hace unos días, para el premio Nobel de la Paz (2012). Esperemos que este domingo, la tregua pactada por teléfono al estilo Gila les regale un recreo indefinido a estos soldaditos de plomo.

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