Ahora es Senegal. Y a nadie en su sano juicio y razón europea le interesa que el gigante del África occidental siquiera, patalee. Especialmente a España que, en 2006, impulsó acuerdos de repatriación y cooperación con el objetivo de frenar los crecientes flujos de inmigración que procedían de este país africano. Pero, ¿qué ocurre en este Estado mimado por su antigua metrópoli francesa?

Algunos antecedentes próximos. El pasado 29 de enero, el Consejo Constitucional de Senegal confirmaba la lista de los catorce candidatos que aspiran al sillón presidencial. La astilla clavada en la pupila de la oposición y de los simpatizantes de una renovación política del país es la siguiente: el actual presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, ha logrado el visto bueno para poder presentarse por tercera vez a las elecciones del próximo 26 de febrero a pesar de que él mismo promulgara un cambio en la Constitución que limitaba el mandato a dos legislaturas. Hilar fino, que se llama.

Más leña para la prensa internacional. Puestos a liarla, la exclusión de la candidatura del exitoso músico y cantante senegalés, Youssou N’Dour, por falta de votos que le permitiera tener los avales necesarios, ha desatado las alertas en los titulares con un denominador común: es un golpe constitucional. Las miradas, sin embargo, dejan en el tintero a candidatos menos mediáticos y con más recorrido en el parqué político como Tanor Dieng, Macky Sall o Idrissa Seck. Pero, insisto: ¿qué hay detrás de este humo?

Algunos antecedentes lejanos. Para describir la escena política del África subsahariana –desde las independencias, claro – habría que comenzar con la afirmación de que es un universo heterogéneo y con infinidad de matices culturales, por lo que no deberíamos encorsetarnos con análisis apresurados sobre cuán democrático o no es este o aquel estado. Para el caso de Senegal, habría que tomar como uno de los elementos fundamentales el papel que juega la religión del Islam –en su vertiente sufí– ya que se antoja imprescindible; especialmente las cofradías musulmanas (grupos religiosos diferenciados por sus interpretaciones del Libro sagrado) y sus morabitos (líderes religiosos: califas, sheikhs, serignes, etc.). Estas cofradías han tenido desde el siglo XIX una función incuestionable en la formación del entramado económico y social y, a veces, de la cultura política y administrativa que subyace bajo el Estado senegalés.

La unión de conveniencia entre el Estado y los morabitos grita a la vista. Ya que el primero no puede llegar a todos los sectores de la sociedad (síntoma evidente del fracaso modernizador estatal en el África subsahariana), los morabitos actúan como mediadores entre la población y el Estado, además de servir como propio soporte al poder político. De hecho, el propio Wade, cuando ganó sus primeras elecciones en 2000 (después de 26 años de oposición y 4 derrotas ante los candidatos socialistas) viajó al día siguiente de su designación a la ciudad religiosa de Tuba, una especie de Meca, para renovar su fidelidad al sheikh general de los muridas. No parece que haya separación de poderes.

Del Estado se puede esperar alguna ayuda o, como ocurrirá el 26 de febrero, vitalidad para el sistema electoral de urnas. Pero este colosal ente administrativo es un gestor de bienes incapaz de redistribuir bienes espirituales, condición que el Islam sí puede hacer por estar mucho más arraigado que el Estado moderno en la sociedad senegalesa.

Apuntes finales. No cabe duda de que hoy por hoy, tanto el Estado laico como la economía capitalista son parte integrante del modelo global del nuevo siglo, ¡pero hay vida más allá! Polanyi o Latouche ya afinaron sus plumas para demostrar que las sociedades africanas viven modelos de intercambio que distan mucho del individualismo capitalista. En esta línea, sociólogos africanos como Fall o Guèye apuntan que el éxito económico en la zona de Senegal, por ejemplo, no habría sido posible, principalmente sin redistribución de las ganancias, labor encomendada, por otra parte, por las cofradías.

En los próximos días habrá que prestar especial atención al menos a tres factores: a la insistencia de las prerrogativas de países occidentales e instituciones internacionales para que Wade no se presente; a las recomendaciones, públicas o no, que los sheikhs brindarán tanto al actual presidente como a los opositores; y a la población que se encuentra en las calles cuestionando no sólo la validez de las leyes constitucionales sino el propio modelo global. El dios Cronos nos dará la respuesta.

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