Hoy jueves traigo rebajas caras. Al son de un expatriado y sin fortuna pavo relleno norteamericano (esta noche se celebra el Día de acción de gracias), no estaría mal tatuarnos en las pupilas lo siguiente: a este ritmo no llegamos y, si lo hacemos, no habrá lugar alguno donde apearnos sin caer en el vacío. No es que venga agorero, pero de algo tiene que servir la reflexión mundial que se plantea para mañana, 25 de noviembre, Día mundial sin compras. Sí, sí, gracias porque de momento este mundo nos aguanta.

Que todavía no se haya reconocido a nivel internacional a la persona que se le ocurrió poner en el mismo plano a un oso polar, a un duende con regalos y a una botella refrescante y azucarada es de agradecer, y una rareza. Cocacola es la marca comercial más conocida en todo el mundo gracias a su expansión por los cinco continentes (con sus rincones) y una de los referentes del modelo actual de globalización. Después, claro, ¡sonríe distraído! porque te están grabando, que diría el Gran Hermano de Orwells. De esta guisa, se nos hace hincapié en que somos miembros de una sociedad de unos 1.700 millones de consumidores… Espera, espera un momento: ¿se nos mercantiliza? ¿No se nos considera personas? ¿Y qué ocurre con los 4.000 (y pico) milones restantes que forman este gran supermercado? Será entonces que quien no tiene, no es.

¿Os suena? La globalización de la belleza con la consiguiente caída libre de la autoestima hacia el propio cuerpo -¡si sigues así explotas! pero de calorías, le subraya el dietista-. O la globalización de los efectos revolucionarios de los alimentos genéticamente modificados. El resultado es que mañana, 25 de noviembre, vigésimo aniversario del Dia mundial sin compras que comenzó en la ciudad canadiense de Vancúver, deberíamos entonar la oda al resentimiento para reflexionar: primero, por nuestro modelo de producción a nivel mundial y sus consiguientes impactos ambientales y, segundo, por nuestro modelo de consumo, los gastos de recursos y los incrementos de residuos que ocasiona.

Lástima que hayan quedado para el cajón de las misceláneas los verbos de andar por casa como lavar, arreglar y cuidar. Huelen a olvido. Ahora, reposamos nuestras irresponsabilidades en una cada vez mayor fe tecnológica a la que le presuponemos que arreglará lo que estamos fastidiando. Después de todo tampoco vivimo mal ¿no?

La propuesta, al hilo del titular de hoy, sería que hiciéramos un consumo responsable empezando por nuestro armario. Escuché hace unos meses un proyecto de la tipología clásica de mirar fíjamente al interlocutor y preguntarte: ¿qué ha dicho éste? Efectivamente, una iniciativa loca por sencilla y vanguardista por transgresora. El nombre: 333. Duración: trimestral. El objetivo: utilizar 33 prendas de ropa/accesorios durante 3 meses. Observaciones: no se cuenta ni la ropa interior ni la de dormir. La pregunta maldita: ¿realmente necesitamos todo lo que compramos?

Nuestra economía sí que necesita mercados de consumo en crecimiento para darle salida a lo que produce y para que no se desmoronen las tasas de ganancia; la letra pequeña de esta malvada espiral es que de manera simultánea exige unos brazos y materias primas a coste irrisorio para enfrentarse a los gastos de producción. Hay que empezar (¡ya!) por algo y treinta y tres es un número hasta simpático. A ver si alguna vez desde los gobiernos se educa y promueve en pensar más en el mañana con lemas como éste: mejor con menos.

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