Hacemos los oídos a los mercaderes que venden sacos de humo. Y la compraventa no es muy sofisticada, al menos para el 90% que formamos esta entidad construida, imaginada o integrada llamada Europa: congelación de salarios, recortes en los servicios sociales, ampliación de la edad de jubilación, privatización de las entrañas de una administración saqueada y una suerte de subordinación al tándem Merkel-Sarkozy. El jaque mate y posterior golpe del Estado neoliberal que podemos ver en los parlamentos europeos no tiene precedente. Expertos en el tráfico de dinero público como Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), Papademos, primer ministro griego, y Monti, primer ministro italiano, muestran sin reparo sus lazos de parentescos con el mundo financiero.

Un poco de historia. Por esbozar un óleo predecible desde hace unos meses, hay tres casos que solicitan la venia para el análisis. En el puesto número uno se encuentra el ex primer ministro griego, Georgios Papandreu, con el Óscar a la mejor interpretación por hacernos creer que no obedecería a los mercaderes y optaría por un guión alternativo. El pasado 26 de octubre, Papandreu se remangaba para su soliloquio sobre la intención de convocar un referéndum y darle voz a los que lo auparon al trono de los Olimpos. No hay engaño posible. ¿Por qué no lo hizo cuando tenía algo más de margen? El bueno de Papandreu ostentaba el cargo desde el 4 de octubre de 2009, momento en el cual soltó la tierra que lo vio nacer en manos de los prestamistas extranjeros. El 13 de enero de 2010 el gobierno ateniense llamaba a la puerta del Fondo Monetario Internacional (FMI) que llegaba con sus recetas amargas de apretarse el cinturón. Papandreu, disculpe: ¿Ahora son malos los del FMI y el BCE?

En el puesto número dos tenemos a un camaleón político, el presidente del BCE, Mario Dragui, antiguo vicepresidente del banco de inversión estadounidense Goldman Sachs y acusado de ayudar a maquillar las cuentas públicas al anterior ejecutivo griego para esconder los altos niveles de endeudamiento. Sí, acusado el presidente del banco que, como subraya Carlos Salas, gobierna la moneda europea que está sacudida por la crisis griega y que ha sido enmascarada por Goldman Sachs. La información tan delicada la firmaba el periódico alemán Der Spiegel el 8 de febrero de 2011. Es más, el 15 de junio de 2011, el eurodiputado francés por Los Verdes, Pascal Canfin, le formulaba, ante el Comité Económico del Parlamento Europeo, la pregunta de libro que nadie se atrevía a realizarle a Dragui: “¿Qué tiene que decirnos sobre estas acusaciones?”. Lo alarmante es que a nadie parece importarle la piel de este mercader que sigue en su cargo.

En el tercer puesto, por orden de llegada a la mercaeuropa, está el gobierno formado por Mario Monti que es, literalmente, una escuela de negocios. Monti ha sido miembro de la directiva del Grupo Bilderberg y asesor entre otros, de The Coca-Cola Company y Goldman Sachs. Por esta razón, cuando los medios generalistas se han empecinado en presentarnos a Mario Monti como un técnico y apolítico cuyo trabajo es aplicar modelos económicos correctos y adecuados, uno, que lee siempre con parapeto, tiembla.

¿Qué significa que un técnico llegue al poder? Pues que la máxima del político, saber administrar el gobierno, la sociedad y los asuntos públicos (en ningún momento a las grandes multinacionales y al sector financiero) se convierte en un axioma inversamente proporcional. Me ayudo de una cita que escribiera el 9 de noviembre de 1710, Jonathan Swift, en su celebrado El arte de la mentira política para explicar el más que posible comportamiento del nuevo primer ministro italiano: “(…) Hemos soportado el peso de consejeros y personas cuyos principios y propósitos pretendían corromper nuestras costumbres, esquilmar nuestra riqueza, hasta llevarnos al borde del abismo. Unas personas que en su confusión nunca supieron distinguir nuestros amigos de nuestros enemigos”. Siempre actual.

En resumen. La democracia consistiría en la participación de todos los miembros de un grupo (léase pueblo) en la toma de decisiones. Y la democratización, subraya Samir Amín, sería el acto en el que todas las personas empleadas se convierten en propietarias de su emancipación. Así que, en la línea de desobedecer a estos mercados con nombres y apellidos que hablan de elecciones democráticas habría que exigir que asuman los desperfectos y desajustes desorbitados que han provocado y seguirán realizando. La ilusión de mi propuesta, una economía justa para todas las personas y una forma de vida respetuosa con el medio ambiente y con la vida humana, es perfectamente simultánea a esquilmar y redistribuir las ganancias de esta mercaeuropa.

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