Volver a destiempo. Con retraso. Y con resaca. Con sueño. Con hambre. Volver porque en infinitivo siempre resulta más cómodo, enredando el verbo con lo anónimo, con la máscara indeleble. Volver porque es más fácil que no hacerlo. Porque significa escribir. Volver enhebrando letras como algo atemporal, inconmensurable.

Laura Rosal. Como el pájaro que siempre regresa a mi mano. Como el pájaro al que se le abre la jaula y se estrella contra su propio cielo. En la apatía de la liberación, en el desencanto de un nuevo año, de una nueva década. Aquí mi pájaro devora su techo, que es su jaula. En Haití el suelo tiembla y se agrieta hasta romper cuerpos. Nuestro techo, ese que parece seguro, inamovible, imposible de derruir. Nuestra jaula hecha pedazos. Nuestro cielo desértico. Nuestro niño con la cara ensangrentada. Este es su nuevo año. El de todos.

Píos deseos para empezar el año, tituló Gil de Biedma a un poema. Los propósitos reiterados hasta el hastío. A su biopic recién estrenada se la ha titulado de un modo más explícito: El cónsul de Sodoma. Aquí también aparecen jaulas, aquí se refleja su verdadero reino de juventud. Su temor al paso del tiempo. De nuevo, el de todos.

Hoy toca Satie de fondo, repetitivo como una canción de cuna. Las notas del piano que vuelven una y otra vez, como ese gorrión confuso en la amplitud enferma de otro año más. Y sin embargo, alrededor tanta luz.

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