Vivo con el miedo de levantarme por la mañana y no amanecer con un nuevo caso de corrupción en España. ¡Eso sería la hecatombe! Tan asumido tenemos que este plato es un fijo en nuestra mesa que la noticia sería no tener caso alguno que contar.

Pero esto de sumar un nuevo imputado a nuestra infinita y vergonzante lista de políticos señalados por la Justicia es algo que como diría el proverbio de Machado, ‘olvidado, por sabido y enterrado’. A la pronta indignación le sigue la apatía. Se nos viene a la boca repentinamente el ‘todos son iguales’ o el ‘para que me robe X, que me robe Y’, pero en ningún caso se nos remuerde la conciencia.

Porque no es admisible que un partido, ya sea azul, sea rojo o sea verde, a día de hoy cuente con una intención de voto similar a la de antes de que se destaparan semejantes vergüenzas. Somos unos incorregibles, unos malos ciudadanos y en gran parte culpables de que algunos de estos elefantes políticos sigan riéndose de nosotros desde sus despachos alojados en alguna sede de multinacionales del sector privado.

Incluso hoy, con la que está cayendo, muchos de nosotros no sabríamos señalar en un mapa donde están ni Suiza ni Andorra, dos destinos fetiches de nuestra clase política, que no apunta no por falta de conocimiento, sino por carecer de la más mínima moral.

Menos mal que Mariano ha pedido perdón por los casos de corrupción del PP en el Senado, que si no no podría seguir con este sin vivir. Me quedo mucho más tranquila sabiendo que es usted el único de la vieja guardia de Aznar que permanece al margen de las corruptelas de un partido del que es el presidente.

Aunque no me extrañaría que hiciera usted un ‘Cristina de Borbón’ y se le borrara la memoria en cuanto a los tejemanejes de su partido, lo que me deja ante la preocupante encrucijada de dirimir que es menos malo para España, si tener un presidente corrupto o simplemente estúpido.