No, no se trata de un refrán popular, pero bien resumiría lo que la Iglesia Católica espera de nosotras las mujeres cristianas a la luz del libro Cásate y sé sumisa, editado por la editorial Nuevo Inicio que preside el arzobispo de Granada, Javier Martínez, y cuya publicación no deja de causarme una extraña mezcla entre estupor e impasibilidad.

De una parte, me sorprende enormemente que en pleno siglo XXI las mujeres tengamos que seguir luchando contra estereotipos que nos relegan a situar en el hogar nuestro lugar natural, siempre bajo la supervisión de un varón, ya sea padre o esposo, como si fuéramos peligrosas Evas pecadoras y de moral débil que necesitásemos ser castigadas por los siglos de los siglos por nuestra propia naturaleza femenina y de por sí corrupta.

Pero de otro lado, mi indignación se convierte en indiferencia porque, señores, ¿qué podemos esperar de la Santa Iglesia Católica española, tan docta ella en igualdad de derechos y tan en sintonía con los tiempos que corren?

El libro en cuestión lo firma una mujer, por supuesto casada y madre de familia numerosa, como Dios manda, que defiende la obediencia leal y generosa de las esposas sujetas a sus maridos. Como si ella desde su privilegiada posición de mujer correcta de fe pudiera darnos lecciones a las que tenemos conductas erráticas por no estar casadas, tener hijos fuera del matrimonio o simplemente poseer una voz que queremos que se escuche a la misma altura que la de nuestros hombres.

A pesar de ser persona de fe, es evidente que la Iglesia y yo tenemos puntos de vista diametralmente opuestos en cuestiones como esta de la igualdad entre sexos, el aborto o los matrimonios homosexuales. Porque si es cuestión de fe, ¿quiénes somos los hombres para juzgar a nadie si creyéramos como es el caso de la Iglesia que existe una justicia divina? Hasta el Papa Francisco, que está dando lecciones de imagen a quien lo quiera entender, ha reconocido que ni él mismo puede juzgar a nadie y que hay que hacer menos injerencias en la vida de las personas, por no hablar de su voluntad de ampliar la presencia femenina en la Iglesia.

Sean o no un brindis al sol estas premisas del Sumo Pontífice, parece que estos nuevos aires no llegan a la curia de esta país que sigue una línea que no hace más que alejar a los fieles de una doctrina religiosa que no ha evolucionado con los siglos. Y temas como la reforma de la Ley del Aborto demuestran, además, que por desgracia su influencia en la política española, convertida en lobby, está lejos de ser algo anecdótico.

El propio arzobispo de Granada también se ha manifestado abiertamente sobre esta cuestión, convirtiéndose en un ávido comentarista de la actualidad. Este hombre de Dios reafirma su animadversión por las mujeres declarando que una mujer que aborta da a los varones licencia absoluta de abusar de su cuerpo.

Tras esta aberrante sentencia de Martínez se me hace difícil poder continuar porque la deja a una sencillamente sin palabras. No obstante, y pensando en voz alta, se me viene una reflexión a la mente: ya que él hace estas declaraciones entiendo desde la libertad de opinión y el amparo que le proporciona su institución, con la que puede que coincida, desde el más absoluto respeto en mi posición de ciudadana y además mujer le pediría que no alejara mucho su discurso de su púlpito, a donde debe circunscribir su influencia, pues además de hacerle flaco favor a la sociedad se lo hace a la entidad a la que representa.

Entiendo que la Iglesia española ha vivido tiempos mejores en el poder, pero esto, además de ser algo anacrónico, no tiene sentido alguno dentro de nuestro actual sistema. Pero, ¿quién será el valiente que se atreva a tocar sus privilegios revisando el Pacto Iglesia-Estado? Hasta que llegue ese día, si Dios quiere, me conformaría con ver a este señor y a sus compañeros dedicando todos sus esfuerzos a combatir la pobreza y ayudar a las familias que tan mal lo están pasando en lugar de pelearse por ocupar titulares o convertirse en abanderados de unas cruzadas en las que luchan ellos solos.

Ahí, con los necesitados, es donde podrían hacerle un verdadero favor a la sociedad. Y dejen ustedes de una puta vez a las mujeres en paz.

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