Tarde de miércoles. En un semáforo de Sevilla, mientras esperaba para cruzar, veo que a mi altura comparte espera un hombre alto de pelo y barba canos.

Inevitable mirarlo. Inevitable reconocer al ex-consejero de Economía, ex-consejero de Presidencia y anteriormente otros tantos cargos en el pasado. Se trataba de Antonio Ávila.

Cruzamos, y mientras cada uno se dirige hacia sus quehaceres, hago un ejercicio: escruto la mirada de los viandantes en busca de alguna reacción, comentario o gesto ante el paso del político. Nada. Proseguimos cada cual nuestro camino, y comprendo que a lo largo de nuestra senda compartida nadie ha reparado en quién se trataba.

Tras este ‘experimento’, a modo de conclusión me surgen dos preocupaciones. La primera, y más evidente,, es el grado de desconocimiento que los ciudadanos de a pie tenemos de nuestros representantes políticos. La segunda es que, además de no conocer a nuestros gobernantes, parece que tampoco se sigue ni interesa la actualidad. No sé cuál de estas reflexiones me resulta más inquietante.

Ávila no era un consejero de segunda fila. Ostentaba una cartera tan importante como la de Economía, Innovación, Ciencia y Empleo, y en Andalucía todo lo que lleve el calificativo de ‘economía’ o ‘empleo’ provoca la sospecha de participación en los ERE. Aunque esto le haya arrastrado lejos de San Telmo y haya sido protagonista de portadas e informativos, aún así sigue siendo un completo desconocido.

Está claro que la clase política no provoca filias, sino más bien todo lo contrario. Pero esa difusa masa política se convierte en algo homogéneo tan negativo que, a veces, los nubarrones no nos dejan ver más allá de corrupciones o tramas financieras un tanto opacas.

Entonces, ¿somos ciudadanos mal informados o es que no queremos ni siquiera estarlo? ¿Tan lejos está la política de nuestras preocupaciones habituales?

Si ni conocemos a los representantes de nuestros ámbitos más cercanos, no quiero ni pensar en quién puede conocer a los Europarlamentarios ni qué tipo de voto se puede emitir de cara a las próximas Elecciones al Parlamento Europeo de 2014. O si ni siquiera conocemos que estas elecciones están próximas…

Entiendo la política como algo ligado estrechamente a la ciudadanía, que afecta a nuestro vivir directamente. Un conocimiento de nuestros políticos, y sobre todo, de nuestras instituciones y su funcionamiento nos hace ser mejores ciudadanos al permitirnos saber qué podemos esperar de cada uno y qué obligaciones tienen para con nosotros, ante los que tienen que rendir cuentas no solo cada 4 años.

Somos los ‘jefes’ de unas personas que no conocemos. Somos como unos empleadores que no sabemos qué hace nuestro personal con nuestros recursos ni conocemos cómo podemos exigirles responsabilidades. Ni nos interesa.

Para fomentar su comprensión, la Política debería aparecer como una asignatura obligatoria en nuestros planes educativos, como aparece en el programa de estudio de países como Reino Unido. Pero ya sabemos que un país donde la Educación depende de los vientos que soplen no se preocupa por crear ciudadanos informados con conciencia de sus deberes y sus derechos, con conciencia de su papel activo en la vida pública. Esto puede resultar peligroso.

Pero quien bien puede hablar de participación y transparencia es Félix Ontañón, a quien desde aquí recomiendo leer en su columna ‘En el 99%’.

Con todo esto, me pregunto qué hubiera pasado si a mi lado en lugar de Ávila hubiera parado algún tronista o tertuliano del corazón… Mejor no pensarlo. Pan y circo.

www.SevillaActualidad.com