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Reconozco que, pese a nuestras diferencias, siento cierta empatía por Mariano Rajoy y me imagino lo difícil que ha tenido que ser esta última semana para el presidente, amigo y admirador de Rita Barberá.

Entiendo la sorpresa y el dolor que sintió, en esa primera hora del miércoles, cuando se enteró de la noticia. Destrozado, sin querer creérselo. Recordando, dándole vueltas a la cabeza, tratando de entender y culpándose, quién sabe, por el distanciamiento al que se habían visto forzados en los últimos tiempos.

Pero pronto el morbo termina imponiéndose a la empatía. Entonces me asalta la duda de qué rondó por la cabeza del presidente en ese momento en el que, con la mirada perdida y aun desconcertado, rebuscaba en el móvil su última conversación con la valenciana y vio su último mensaje. ¿Qué decía? Descarto, por razones obvias, un “Rita, sé fuerte”, aunque tampoco me sorprendería que utilizara un texto por defecto para todos sus conocidos imputados.

Es posible que, con la experiencia, el propio partido haya decido elaborar un repertorio de mensajes para que sus miembros apoyen, a título individual, al imputado de turno a quien la organización condena al ostracismo; una guía de cómo lidiar con ellos, que varíe según la gravedad del asunto judicial, la cercanía con el acusado y el potencial peligro de su confesión.

Después del morbo me viene la incredulidad. Doy por hecho que, en momentos como el del miércoles, las estrategias de comunicación se meditan antes de ponerse en marcha. Aunque dada la habilidad con la que escurren el bulto echando pestes sobre otros, uno tiende a sospechar que no les hace falta; que, para a los representantes del PP, atacar para defenderse es una característica innata y una condición necesaria para ascender dentro del partido y las instituciones.

Los enemigos de la crispación y del populismo apenas tardaron media hora en concluir que Rita Barberá no murió, que la matamos entre todos; como lamentándose de que, si en su día nos dio por vivir por encima de nuestras posibilidades, ahora nos preocupamos también más de lo que debemos por el saqueo desde nuestras instituciones. Pero, aunque ni ellos mismos se crean lo que dicen, al menos podrán estar satisfechos de haberse ahorrado otra condena más entre sus filas; Rita Barberá ya no será ni inocente ni culpable, sino que quedará como mártir de la democracia. No hay mejor aforamiento que la muerte.

De madre sevillana y padre granadino, nació en Almería en 1991. En 2015 se tuvo que marchar a la Universidad de Groninga para poder estudiar la Sevilla moderna de verdad (la del siglo XVI). Es, además,...