Año tras año sigo sorprendiéndome del papel de los gays en la religiosidad sevillana y, más en concreto, en la Semana Santa.

Definitivamente soy incapaz de imaginarme una Semana Santa sin gays. En las hermandades, en las calles o incluso entre los propios sacerdotes sevillanos, la presencia de homosexuales –abiertamente reconocidos o no- es algo que no sólo se respeta sino que se asume como imprescindible para el sostenimiento de esta tradición; véase su relevancia en oficios concretos como el de vestidor, por ejemplo. Es curioso, de hecho, que posiblemente el mundo cofrade ha aceptado con mayor facilidad la participación de homosexuales que de mujeres.

Reconozco que me alegra y reconforta este ‘brote verde’ de desarrollo civil en mi ciudad. Sin embargo, comprendo que, del mismo modo, esta tolerancia no deja de ser un caso –otro más- de la peligrosa hipocresía con la que se suele arropar el catolicismo para no hacer frente de manera decidida a la realidad de la sociedad contemporánea. La Iglesia los acepta en la medida en que los encuentra útiles y siempre –eso sí- reprimidos a la hora de manifestar completamente su sexualidad. Y es difícil que con actitudes como ésta se acabe con la homofobia arrogante con la que todavía se mira a la población gay: el homosexual es aceptado, pero estrictamente reprimido y sin posibilidad de expresarse públicamente como lo puede hacer un heterosexual.

Es tristemente paradójico que la presencia de gays en la Semana Santa es directamente proporcional al rechazo que le causa a la Iglesia católica su presencia en la Tierra. Y más triste aún que, desde el ámbito cofrade, poco o nada se discutan los continuos ataques hacia los homosexuales de una institución que, desde sus altares y otros altavoces mediáticos, perennemente trata de imponer un ‘estado natural’ de las relaciones sentimentales, sexuales y civiles humanas. Un tabú que constituye otro de los grandes misterios de la Semana Santa sevillana.

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De madre sevillana y padre granadino, nació en Almería en 1991. En 2015 se tuvo que marchar a la Universidad de Groninga para poder estudiar la Sevilla moderna de verdad (la del siglo XVI). Es, además,...