Así es como mi hermana mayor llama al hecho de participar en un Club de Lectura. Cuando le preguntamos que dónde estuvo o a dónde fue, suele contestarnos: he ido a lo del libro, como justificándose o para evitar que la cojan en falta. ¿Tan malo es eso de leer?

Mi hermana devora libros de hasta mil páginas y se zambulle en cada historia formando parte del drama de cada uno de los personajes. Vive la lectura como si estuviera recordando su vida.

Me dice que le vino la afición porque yo un día, por su cumpleaños le regalé un libro. No creo que fuera sólo por eso. Ella es una mujer muy fuerte, que asistió a la escuela lo justo para aprender las “cuatro reglas”, porque hacía falta en la casa y que se sacó el Carné de Conducir y el Graduado Escolar cuando crecieron sus hijos. Aunque sí que estuvo un poco más de tiempo en un taller de costura, aprendiendo a sobrehilar primero, a zurrir, a hilvanar y a doblar cuellos. Luego aprendió a cortar y a poner a prueba los vestidos. A su edad, todas sus amigas iban al taller. Y en mi casa todas las hembras fueron a coser y/o a bordar, menos yo que era de las más chicas y eché el tiempo en estudiar.

No se si fue la buena opción o no. Ahora me pregunto si no hubiera sido mejor aprender a cocinar, porque a fin de cuentas a mis hijos les encanta las papas rebujás que les hago cuando vienen a verme…

Mi hermana, con tan sólo seis años nos lavaba ya los pañales en la piedra del pilar, en La Fuente del Duque y muchas veces hacía de comer para los gañanes que venían de segar. Si se encontraba en el pueblo, cuidaba de los abuelos y a penas si podía ir a la escuela. Siempre estuvo ocupada con las faenas de la casa y también echó una mano en las del campo.

La lectura de fotonovelas, los tebeos o los cuentos las hacía a escondidas.

Más tarde trabajó en la fábrica. Después se casó y crió a sus hijos. Sostuvo la vejez de mis padres y ahora se ocupa del marido a la vez que de sus nietos…

Pero en los ratos libres, esos que le dejan las tareas de casa, se toma un descanso y se pone a leer. Y ahí se pierde bebiéndose las páginas, una detrás de otra y dice:

-¡Qué bonito. Me encanta!

Otras veces se queja de que los nombres de los protagonistas están en inglés o de que no conoce los lugares o los sitios que mientan en la novela.

Disfruta con las historias de amor y de intriga y me da consejos sobre cuál libro debo leer.

En estos días hemos pintado la casa y hemos tenido que mudarlo todo. También las estanterías de los libros. Lo de quitar y poner los libros del salón ha sido todo una aventura-y un suplicio-porque hemos tenido que hacer un “espurgo” y deshacernos de algunos. Al final han sido pocos los que hemos donado a las librería que, a pesar de la pandemia, han querido acogerlos. No se nos pasó por la cabeza en ningún momento abandonarlos en un contenedor o en un punto limpio. Cuando aún se ponía el mercadillo de el jueves, en Sevilla, solíamos ir a buscar libros usados o viejos.

¡Qué pena,  tantos libros. Estaban tirados y no sólo de precio.

Ya los hemos recolocado, aunque la mayoría ha estrenado sitio. Al ir leyendo los títulos o abriendo sus páginas me han venido los recuerdos de cuándo los compré, quién me los regaló o cuándo los leí. A veces he encontrado, entre sus páginas una entrada de la Expo, un billete de autobús antiguo o el nombre de una librería que desapareció hace muchos años. Todos y cada uno de ellos me devolvían el tiempo vivido, a la manera de Proust en Le temps retrouvé. Imposible descartarlos.

Tengo tres bolsas llenas de libros en el pasillo, delante del cancelín, para donarlos. Cada vez que paso, rescato uno y lo coloco en la estantería.

¿Cómo los voy a dejar ir si cada uno ha formado parte de mi y de una  manera tan especial?

Así que la librería del salón luce hoy casi tan llena o más que antes.¡Esplendorosa!

Cuando yo parta, no iré como dijo Antonio machado “ligera de equipaje”. Algún libro caerá en la maleta. Y no me pesará…

En mi casa no hubo apenas libros, al menos no los había cuando yo era chica, quitando los de la escuela, el catón o el parvulito. Recuerdo, sin embargo,  la libreta en la que mi padre hacía muchas cuentas de multiplicar todas las tardes cuando pagaba a los escardaores.

Ahora, en la casa de mis hijos vuelven a entrar otra vez los libros. Aunque haya menos literatura, más autoayuda o más ciencia, alguna que otra vez se les cuela un libro de poemas.

Maestra, especialista de francés. Titulada por la Escuela Oficial de Idiomas, colabora en La Voz de Alcalá desde el año 2003 y en el periódico local 'La higuerita' de Isla Cristina desde el año 2010....