Hoy, día cinco de diciembre, comienza la campaña electoral de las elecciones autonómicas catalanas. Hemos llegado a este punto después de meses de tensión política y de zozobra ante la incertidumbre que el pulso de los partidos separatistas catalanes ha suscitado en todo el país. Está incertidumbre ha llevado, como muchas veces en nuestra historia, al frentismo; pero no sólo en Cataluña, sino en toda España. Aquí nunca hemos tenido medias tintas; el españolito que definiera Machado, era de Joselito o de Belmonte, apoyaba a los alemanes o a los aliados; después con los años pasó a ser del Madrid o del Barcelona, apoyaba a los soviéticos o a los yanquis, a los israelíes o a los palestinos; ahora, como no podía ser de otra manera, en cualquier ciudad o pueblo de Andalucía, hay quienes llegan a la greña defendiendo el derecho de los catalanes a declarar la independencia o a criticarlos por todo lo contrario.

Por discrepar, en España discrepan hasta los que están de acuerdo; algo que hemos podido ver en estos meses pasados entre los próximos a Mariano Rajoy a medida que Puigdemont y sus huestes daban un paso más hacia su anhelada secesión republicana. Más de un dirigente, columnista o tertuliano afín, alarmado e impaciente, exigía al presidente del gobierno la aplicación inmediata del artículo 155 de la Constitución para detener la escalada independentista, mientras otros confiaban ciegamente en la habitual parsimonia de Rajoy.

La actitud del presidente de hacer la estatua en casi todos los escenarios políticos, como hacía don Tancredo para que no lo cogiese el toro en la plaza, a más de un seguidor les acelera el pulso y les produce taquicardias.

Al final, los prosélitos del Marianismo han acabado batiendo palmas y encomiando elogios, ante la “jugada maestra” de disolver el Parlament vía 155, y convocar elecciones, en la seguridad de que éstas resolverán por arte de birlibirloque el problema catalán. Unas elecciones que, aun siendo autonómicas, tienen un sesgo plebiscitario innegable.

Algo parecido ocurrió, en el solar patrio, allá por los años treinta del pasado siglo, al concluir la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que comenzó tras un golpe de estado dado, precisamente en Barcelona, en 1923. Tras cinco años de dictadura, llegó la Segunda República, y vino de la mano, no de un referéndum sino de unas elecciones municipales que se convirtieron en un verdadero plebiscito para la monarquía de Alfonso XIII. Al día siguiente de las elecciones, preguntaron al presidente del último gobierno monárquico, el Almirante Juan Bautista Aznar, si habría crisis de gobierno, a lo que éste respondió lacónicamente: “¿Qué más crisis quieren que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano?”.

Yo no soy vidente y por lo tanto no sé qué pasará el día después de las elecciones catalanas. Todo se ha apostado, por parte del gobierno, a un único escenario en el que ganarán los partidos constitucionalistas, con lo cual todo volverá a la normalidad y aquí no se moverá una coma de la Constitución; el tiempo terminará de hacer el resto. Hay, sin embargo, otro escenario posible en el que los independentistas pueden tener un resultado mejor que el que obtuvieron en las últimas elecciones autonómicas y, en ese caso, ¿qué hará el gobierno?: ¿Suspenderá la autonomía catalana? ¿Volverá a aplicar, otra vez, el artículo 155? ¿Volverá a convocar nuevas elecciones?

Metiéndome a “Pitoniso”, tal vez en este segundo escenario, al día siguiente de las elecciones catalanas, habrá una crisis de gobierno y el nuevo gobierno de España, que resultará de unas elecciones generales, dejará el “trancredismo” político y se decidirá, de una vez por todas, a llevar a cabo una reforma constitucional que sirva, entre otras cosas, para que en este país no siga habiendo autonomías de primera y de segunda y, sobre todo, para que no siga habiendo ciudadanos de segunda a costa de tener contentos a los ciudadanos de primera del estado que, para más inri, reniegan de él.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...