manuel-visglerio-13-6-17

Cuenta una leyenda urbana que un indigente estaba sentado en una acera junto a la marquesina de una parada de autobús pidiendo una ayuda, por amor de Dios, para comer algo y que una señora se acercó a él y echó unas monedas en una lata de conservas que utilizaba el mendigo a modo de cepillo para las limosnas.

Cuando llegó a la marquesina otra señora que estaba esperando el autobús y que había presenciado su gesto se acercó a ella y le dijo:

—El dinero que le ha dado a ese pordiosero se lo va a gastar en vino.

La señora caritativa le respondió:

—Yo con mi dinero hago lo que quiero; yo le he dado dinero para comer pero supongo que ese hombre hará con el dinero lo que quiera.

Un señor trajeado que estaba apoyado en la parada y que vio la escena terció entre las dos mujeres.

—Ese hombre tendría que estar en un albergue municipal en lugar de estar mendigando.

—Sí, y que entre todos, con nuestros impuestos, le paguemos las borracheras —dijo un joven que estaba en el asiento de la marquesina—. ¡Lo que tiene que hacer es trabajar!

—Tal vez no encuentra trabajo y por eso pide —dijo la mujer caritativa—. ¿Usted lo conoce de algo?

—Yo no, pero no hay nada más que verle la pinta —dijo el joven.

—Señora, mientras haya gente como usted que da dinero para tranquilizar su conciencia no se acabará con esta lacra —dijo el señor trajeado.

—¿Y usted qué sabe de mí para juzgar mis actos? —dijo la señora.

—No hace falta conocerla para saber de qué pie cojea —dijo el joven —. ¡Aquí lo que sobra es caridad!

—Señora, no le dé más vueltas este hombre donde tiene que estar es en una residencia de la Junta—sentenció el hombre del traje.

—O con las “Hermanitas de los Pobres” —dijo la otra señora.

—¿Y si ese hombre no quiere vivir de esa manera?

—¡Ese no es nuestro problema! Es un problema del gobierno—dijo el joven.

La señora, desconcertada, se quedó mirando a los tres que seguían hablando entre ellos y siguió caminando en busca de otra parada; al llegar a la siguiente esquina se volvió y lanzó una última mirada a Juan “Nadie” que seguía en silencio, sentado en la acera, con su lata de conservas y su anuncio.

Así termina esta leyenda urbana, llena de matices y puntos de vista. Otro día, si queréis, hablaremos de Amancio Ortega.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...