visglerio-16-05-17

Recuerdo que hace unos meses vi en la televisión una noticia que me sorprendió por llamativa: una manifestación de venecianos, bajo el lema “Queremos recuperar nuestra ciudad”, protestando contra el turismo que invade el casco antiguo de Venecia.

Y es que el centro histórico de la ciudad se está despoblando; ha pasado de 174.808 habitantes en 1951 a 54.995 en 2016; a medida que ha ido aumentando el turismo los nativos han ido abandonando el centro hacia la periferia. En 2015 visitaron Venecia 74.000 turistas al día; al año recibe 34 millones de visitantes. Y entre tanto turista, como es lógico, hay gente de toda condición y, como el guarro y el cafre se supone que son de orden universal, los venecianos empiezan a quejarse de la basura que generan y de los robos que perpetran.
Lo de la despoblación de Venecia no sé si será fruto del turismo o de lo inhóspito de vivir en una ciudad construida en una laguna sobre 118 islas unidas entre sí por puentes que vadean sus pintorescos canales. Y es que supongo que Venecia debe ser muy bonita de ver pero muy difícil de habitarla cada día.

Elucubraciones aparte y sin entrar a valorar lo acertado de las quejas de los venecianos, el problema de dimensionar la capacidad de asimilación de las ciudades turísticas es un tema que lleva ya tiempo planteándose en Sevilla.

El turismo en Sevilla, a falta de un tejido industrial en franco declive, es quizás el principal motor económico. Unas condiciones climáticas inmejorables casi todo el año, una cultura y una idiosincrasia particularísima y un patrimonio histórico y artístico incomparables, hacen de Sevilla un foco turístico de primer orden. Supongo que a Sevilla, si no era ya de por sí suficientemente conocida, la celebración de la Exposición Universal de 1992 acabó por situarla en el mapa turístico mundial y como consecuencia de ello, y sus encantos intrínsecos, aquí cada vez vienen más guiris.

El problema del turismo en la ciudad, a mi humilde entender, es que si no se buscan alternativas económicas y actividades diferenciadas para sostener a una población de más de un millón y medio de habitantes, incluyendo el área metropolitana, cada vez será más dependiente del turismo y del comercio y los servicios directa o indirectamente relacionados con él.

Me temó que hasta la fecha las autoridades y el mundo empresarial lo han estado apostando casi todo a este palo. Hasta cuando se planteó el dragado del Guadalquivir para que entraran buques más grandes, con mayor calado, uno de los argumentos en su defensa fue que vendrían cruceros más grandes con más turistas que gastarían más dinero; daba igual que no se alojaran en la ciudad o que almorzaran y cenaran en sus hoteles flotantes, lo importante era el “guirigay”.

Esperemos que el monocultivo sevillano del turismo no se les vaya de las manos a los que mandan y le ocurra al personal del casco antiguo lo que a los venecianos; no sé si Sevilla soportará transformarse en un gigantesco parque temático con sus avenidas llenas de veladores y sombrillas, Santa Justa saturada de trenes y el río repleto de veleros y cruceros a mayor gloria de los guiris, y si los sevillanos aguantarán de figurantes durante mucho tiempo haciendo de camareros y dependientes. A lo mejor más de uno termina gritando, como ocurrió en la ciudad en el año 844, aquello de: ¡socorro, que vienen los vikingos!

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...