manuel-visglerio-6-diciembre-2016

Han pasado ya casi cuarenta años de la aprobación de la Constitución Española y no son pocos los que, no sólo plantean la necesidad de reformarla, los hay que ni siquiera se plantean una reforma, aspiran abiertamente a su abolición y la redacción de una nueva; lo hacen arrogando a la Constitución del setenta y ocho la responsabilidad de todos los males que afectan, hoy día, a nuestra sociedad.

Yo creo que a la actual norma suprema le debemos mucho más de lo que pudiéramos reprocharle; ha sido un instrumento válido para el desarrollo de nuestra democracia y tiene fallas que son reparables porque fue redactada en unos momentos muy difíciles de nuestra historia.

Decía Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, hace más de doscientos años que “los vivos tienen la tierra en usufructo; y los muertos no tienen poder ni derechos sobre ella. La porción que ocupa un individuo deja de ser suya cuando él mismo ya no es, y revierte a la sociedad… ninguna sociedad puede hacer una constitución perpetua, ni tan siquiera una ley perpetua. La tierra pertenece siempre a la generación viviente: pueden, por tanto, administrarla, y administrar sus frutos, como les plazca, durante su usufructo. Toda constitución y toda ley caducan naturalmente pasados treinta y cuatro años».

Es verdad que la tierra pertenece a los vivos, como decía Jefferson y que no es bueno que las constituciones sean perpetuas, ni siquiera la nuestra de 1978, y que tanta legitimidad tenemos para cambiarla ahora como la tuvieron los que la redactaron entonces, porque entonces la tierra les pertenecía a ellos con todas sus circunstancias, como diría Ortega y Gasset. Hoy las circunstancias son otras y por ser otras tenemos la obligación de pensar en el futuro, cuando la cambiemos, de los que vivirán de aquí a que pasen otros treinta y cuatro años.

Después de lo ocurrido en Italia, con el no a la reforma constitucional, estamos obligados a tomar nota de algo ineludible e inexcusable: o la reforma de la Constitución es el fruto del consenso o no habrá reforma o si la hubiera no sería la norma de todos. Hay quienes piensan que porque griten más, su opinión tendrá más valor; incluso hay quienes desde el desprecio a nuestro sistema político, económico y social pretenden imponer a la mayoría sus modelos fracasados autoproclamándose jueces del pasado y gurús del futuro de todo un país.

La Constitución, tarde o temprano se reformará, pero no para hacerle las cuentas a la monarquía, ni al capitalismo, ni a los catalanes, ni al senado, ni a las autonomías, ni a los políticos, ni al ejército, ni a la iglesia…, se reformará cuando la Constitución deje de ser un pretexto para la confrontación ideológica y partidista. Será cuando haya un espíritu de concordia y proclamará en todos sus títulos lo que decida la mayoría. Yo, como muchos, no compartiré todos sus artículos y podré discrepar desde mi libertad, será una señal de que la Constitución no es una carta otorgada.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...