visglerio-6-sept-2016

Después de llevar cociéndonos todo el verano sometidos a unas temperaturas insoportables y persistentes el anuncio de un acuerdo contra el cambio climático entre Xi Jinping y Barack Obama en la reunión del G20, es una buena noticia, dado que China y Estados Unidos son los principales emisores de gases contaminantes del mundo.

El anuncio, por sí mismo, no nos va a ahorrar las calenturas que nos queda que aguantar hasta que se vaya, con mil puñetas, este verano; pero es una gran noticia, si realmente se lleva a cabo, porque no estamos hablando de un verano tórrido ni de dos, estamos hablando del futuro del planeta.

Yo sé que, a más de uno y a más de dos, mi deseo de que el verano se acabe, de una vez por todas, no le hará mucha gracia porque el verano, para la mayoría, se asocia con el ocio y el descanso y, claro, a nadie le amarga un dulce, aunque sea a costa de brasearse a fuego lento, en la parrilla estival, como San Lorenzo; alguno seguro que está dispuesto a dilatar su recalentamiento en aras del asueto y a gritar, estoicamente, como el mártir mientras era asado en una parrilla, aquello de: ¡pueden darle la vuelta a la parrilla; por este lado ya estoy cocinado!

Bromas aparte, lo cierto es que sobrellevar estos calores cada vez se nos hace más difícil y no sólo por una cuestión de temperatura ya que ésta no es más que una magnitud física sino, además, por una cuestión psicológica producto de un exceso de información. Siempre se ha dicho que una sociedad desinformada no era libre, pero creo que cuando está sobreinformada tampoco lo es pues la propia información acaba mediatizando el comportamiento de la gente.

De unos años a esta parte la información meteorológica ha alcanzado un grado de sofisticación que empieza a condicionar nuestras vidas. Con las nuevas tecnologías, en la televisión no sólo te dirán el tiempo que tendrás si vas de viaje la semana que viene; te dirán también la temperatura máxima y mínima que soportarás, la velocidad del viento, el riesgo de incendios, la concentración de polen en la atmósfera, te dirán si lloverá y cuantos litros; y, si tienes paciencia, alguna meteoróloga televisiva te puede dar hasta una lección magistral utilizando términos que antes nadie sabía y ahora todos empezamos a utilizar.

La información del tiempo nos llega por todas partes, antes no sabíamos los grados que hacía en nuestra ciudad, simplemente hacía frio o calor, o mucho frío o mucho calor, ahora nuestro coche nos dice la temperatura de la calle por la que circulamos y los carteles publicitarios de las aceras también; nos lo dice el teléfono móvil y no sólo nos dice la temperatura de ahora sino de cada hora del día y de los próximos días. Y la cosa es que casi nunca se equivocan; y como no se equivocan decidimos que no vamos a salir porque hará mucho calor o no iremos a la playa porque habrá levante, fuerza siete, en el estrecho o no iremos a la sierra porque seguro que lloverá a partir de las once de la mañana del sábado.

Nos hemos convertido en adictos de la información del tiempo y a muchos nos está pasando como al perro del experimento de Pavlov, al que le tocaban una campana antes de darle de comer y después bastaba con tocarle la campana a cualquier hora para que el animalito salivara y segregara sus jugos gástricos. A muchos de nosotros la sobreinformación nos está afectando como al pobre perro de Pavlov; basta con que en los mapas del tiempo pinten de rojo Sevilla para que empecemos a sudar. Si dejáramos de estar tan pendientes del tiempo, a lo mejor la mayoría de los días, simplemente nos lamentaríamos con el clásico: ¡ojú que caló!

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...