manuel-visglerio-28-junio-2016

Por lo que parece, el pueblo no es sabio siempre; lo es en función de lo que vota. Lo digo por lo que ocurrió el domingo.

El único partido que quedó medianamente satisfecho es el Partido Popular porque ganó las elecciones; el resto de partidos, unos más que otros, fracasaron en sus expectativas y, como cada uno habla del baile según lo que ha bailado, cada cual analiza ahora los resultados según su propio criterio e interés.

El ganador dirá que el pueblo es sabio y ha sabido elegir y aquel al que le ha tocado bailar con la más fea o con el más feo, empezará a cuestionar esa sabiduría y a hacerse preguntas que tienen difícil respuesta. ¿Cómo es posible que después de lo que ha llovido, después de los casos de corrupción, después de todos los escándalos, hayan vuelto a ganar los mismos? Esa pregunta vengo escuchándola, elección tras elección, desde que cumplí la mayoría de edad y voté por primera vez; eso fue en 1979, así que he vivido unas cuantas.

Yo mismo me he hecho ese tipo de preguntas durante los años en los que participé de forma activa en política en el Partido Andalucista. Mi experiencia personal me ha llevado a elaborar una teoría que, aunque simple, creo que responde al comportamiento electoral de la sociedad. Hay, según mi teoría, tres tipos de electores: los que votan con la cabeza, los que votan con el corazón y los que votan con la barriga. Yo creo que la mayoría de las personas deciden su voto con la barriga, racionalizan poco el voto y no se dejan llevar por sentimentalismos; votan lo que creen que les interesa a su bienestar y a su despensa; así de simple.

Siendo esto así, el voto en este país es profundamente conservador, pero conservador no en sentido político sino en sentido social; este hecho explica que el mismo cuerpo electoral otorgue una mayoría absoluta a la izquierda y a los pocos años lo haga a la derecha o que jamás abandone su conservadurismo y, como ocurre en Andalucía, vote elección tras elección al mismo partido; y dan igual los escándalos. La gente tiene miedo de salir, como dicen los sociólogos, de su zona de confort; les da lo mismo que les vaya regular o incluso mal, el miedo a que les vaya peor les hace ser profundamente conservadores.

Este comportamiento, para los que votan con la cabeza, es incomprensible, porque es poco racional; pero el voto racional en esta sociedad es el que menos abunda porque son pocos los que votan anteponiendo el interés general al personal. Este votante es el que más molesta, sobre todo a los que votan con el corazón, porque son tan inmovilistas o más que los que votan con la barriga; el que vota con el corazón ha llevado sus “ideales” hasta un punto en el que es incapaz de ver el bosque más allá de los árboles; se comportan políticamente como si fueran aficionados de un equipo de fútbol y actúan como los hooligans, no sólo pensando en ganar su partido sino deseando fervientemente en que los otros pierdan el suyo. Decía Blaise Pascal, que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”; en política creo que esta sentencia es muy pertinente, la razón no puede perdonar los pecados que el corazón está dispuesto a perdonar.

Para que nadie piense que voy de enterado por la vida, he de decir que yo he pasado por los tres estados que acabo de describir y que, en las últimas elecciones, rizando el rizo, voté en blanco porque creo que a ninguno le interesa Andalucía más allá de los votos. Para los arquetipos que he definido, mi decisión, que se sale de los cánones descritos, será un gesto inútil, yo lo defino, en cambio, como un acto de protesta y hastío que espero no me termine llevando, como a tanta gente, a un estado de abandono.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...