manuel-visglerio-24-de-mayo-2016

En este país somos muy dados a la cerrazón. Es cierto que la envidia es el deporte nacional, pero la obstinación y la porfía no le quedan a la zaga. Aquí, como decía Antonio Machado, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.

En esta tierra de María Santísima lo menos importante no es tener razón, lo que de verdad importa es que el otro te dé la razón, porque si no rompemos la baraja y se acabó la discusión. Por no hablar de la obligación que los tozudos imponen al resto de los mortales de tener que opinar de todo y de tener que tomar partido en todo.

Ahora que ya ha pasado la marejada de la final de la Copa del Rey que, para nuestra desgracia, me refiero a los sevillistas, no ha ganado el Sevilla, es un buen momento para hablar con algo de distancia de lo ocurrido con el tema de las “esteladas” y del cúmulo de discusiones y porfías que ha generado. Yo creo que, en este asunto, el gobierno a través de su delegada en Madrid, a la que nadie ha desautorizado, salvo un juez, ha querido acabar a manotazos con un avispero y lo que ha conseguido es que salgan todas las avispas aguijoneando, hasta las que no tienen aguijón.

Al hilo de esta decisión, y a toro pasado, me pregunto: ¿qué han conseguido generando esta polémica; de verdad pensaban que eliminando las “esteladas” iban a acabar con las pitadas de los separatistas?

Ortega y Gasset, dejó dicho en su discurso en las Cortes de la República, en 1932, cuando se discutía el Estatuto de Cataluña, “que el problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar”, algo que comparto, porque incluso haciendo un referéndum en Cataluña, que seguramente aclararía muchas incógnitas, después siempre quedaría ponerlos de acuerdo sobre qué porcentaje legitimaría a una parte para expatriar a la otra.

Al final el asunto de las banderas no llevó a nada, salvo a exacerbar los ánimos y a excitar los genes de la disputa y la discusión que todos, en mayor menor medida, llevamos dentro. Y mientras aquí, los sevillanos, nos devanábamos los sesos para resolver, al hispánico modo, el tema de las “esteladas” y de la dignidad de la patria humillada, el Sevilla había jugado ya, por tercera vez, la final de la “Europa League”, que por cierto ganó, de lo cual me congratulo. Ese día, dieciocho para más señas, los sevillanos no pudimos ver el partido en abierto por televisión.

No lo pudimos ver sin pagar porque el gobierno que nombró a la delegada de las esteladas de Madrid, consideró que el encuentro Liverpool – Sevilla, final de la segunda competición más importante del continente europeo, no era un partido de interés general para los españoles como para obligar, en virtud de la Ley 7/2010 General de la Comunicación Audiovisual, a su emisión en abierto, seguramente porque Sevilla es una ciudad extranjera.

Lo más hiriente de toda esta historia, no es que la gente se mosquee con el tema catalán, que en su derecho están y sus motivos tienen, lo que me indigna es que aquí nadie proteste ante el desprecio que nos hacen a los andaluces y, lo que es peor, que los andaluces asumamos sin rechistar el papel de comparsa que nos otorgan, desgraciadamente, no sólo en el mundo del fútbol.

Yo, como el españolito de Machado, cuando me canso de intentar aplicar la razón a las razones de estado, me dedico a embestir y dar trompazos cuando me obligan a ver a diario en los telediarios de la televisión pública, que pagamos entre todos, si Ronaldo ha hecho pis o si Messi ha defecado; entonces aplico mi ley personal audiovisual y cambio automáticamente de canal.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...