manuel-visglerio-17-mayo-2016

Se fueron las aguas y llegó la campaña electoral. No sé qué fastidia más si la lluvia y las tormentas o los discursos y las proclamas.

En relación al agua, aunque el refranero diga que como el agua de mayo no hay otra, también es verdad que dice que nunca llueve a gusto de todos. En general, para los urbanitas el agua es un fastidio y un engorro, salvo para los aquejados por alergias y por asma; para ellos un cielo limpio, purificado por la lluvia, es una buena terapia. A la gente del campo, sin embargo, le gusta la lluvia según y cómo; para mi tío que cría ganado en la sierra la lluvia es un regalo del cielo porque agranda los pastos, pero a los que estaban recolectando melocotones y nectarinas, como mi amigo Francisco, maldita la gracia que les ha hecho tanta agua y tan seguida.

En cuanto a la campaña electoral, creo que la sensación de hartazgo y de fastidio es generalizada. Aguantar cinco meses de campaña encubierta, que es lo que han sido las negociaciones para no formar gobierno, no hay quien lo aguante, por mucha pasión que se tenga por la política. Después de todo este tiempo casi todo el mundo tiene decidido qué va a votar porque la inmensa mayoría o está en su trinchera o tiene calado ya al personal y no está dispuesto a que lo sigan tomando por gilipollas; aunque también es cierto que queda todavía algún alma cándida que espera leer los programas electorales para decidir su voto.

Entre que se iba la lluvia y llegaba la campaña ha pasado, como de puntillas, un centenario; el del nacimiento en Iria Flavia de Camilo José Cela, el último premio nobel español de literatura si excluimos a Vargas Llosa por eso de la doble nacionalidad. Digo de puntillas porque aquí, como siempre, somos dados al desprecio de lo propio y al elogio de lo ajeno y si además a lo propio lo sazonamos con un toque ideológico, que es lo habitual, nos sale que el establishment cultural de este país se escagarruza, por ejemplo, con el segundo aniversario de la muerte de García Márquez al que, por cierto, admiro y casi idolatro literariamente, al margen de sus ideas políticas y, sin embargo, ignora y menosprecia al autor magistral de “La Colmena” o “La familia de Pascual Duarte”.

Lo malo de estos etiquetadores de la cultura que se creen en posesión de la verdad es que, como diría Cela, “cuando tienen que demostrarlo no aciertan ni una”. Y no lo hacen porque, a lo que parece, a ellos no les basta con que los escritores escriban bien o muy bien, tienen además que pedirles un certificado de limpieza de sangre con carácter retroactivo. Aunque supongo que, a él, viendo cómo se las gastaba en vida, seguro que se la traía al pairo la opinión de estos mediocres sectarios y no precisamente literarios.  

Recuerdo ahora una anécdota de cuando Cela fue senador de lo que algunos llaman ahora el “régimen del 78” y se quedó dormido en una sesión del Senado. Cuando alguien le preguntó si estaba dormido, el escritor con su retranca gallega, respondió: “No señor no estoy dormido estoy durmiendo”; y cuando el otro le cuestionó sino era acaso lo mismo, Cela le contestó: “¡Claro que no es lo mismo!, no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, de la misma manera que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”. Dicho lo cual sólo me queda recordar el genio y el ingenio de Camilo José Cela, en su centenario, a pesar de que algunos se hayan quedado dormidos, a lo peor, para seguir jodiendo nuestra inteligencia.

Hijo de un médico rural y de una modista. Tan de pueblo como los cardos y los terrones. Me he pasado, como aparejador, media vida entre hormigones, ladrillos y escayolas ayudando a construir en la tierra...