Comienza esta nueva columna sobre Televisión, ese ojo orwelliano al que con gusto nos entregamos. Y comienza con una pequeña reflexión sobre nosotros y nuestro propio tiempo, ese del que cada vez más dudosamente somos dueños.

 
Miguel Ybarra Otín. On / Off, cuestión de elección. ¿Somos fieles a nosotros mismos? Quiero brindar, en esta primera columna, una pequeña reflexión: somos lo que hacemos, y ¿qué hacemos? Nos definimos a nosotros mismos diariamente, con nuestra obra, al igual que por ella conocemos a los personajes con quienes, para bien o para mal, se escribe la Historia. Iban, venían, volvían, luchaban, rezaban, mataban, morían, escribían, pensaban, inventaban. Vamos, volvemos, pensamos, decimos, hacemos, tocamos, cantamos, leemos, vemos, nos sentamos… cambiamos, callamos, nos dormimos. A veces no despertamos.

Hablamos de televisión: la media española por persona y día frente a ella es de casi 4 horas. En cualquier casa, el lugar principal de convivencia familiar -el salón, los sofás- se distribuye en torno al televisor, en función a él. Si aquí la tele, aquí la mesa y el sofá.

Cada cosa tiene la importancia que se quiera darle. Y a la televisión, indudablemente, se le otorga un lugar principal en esta sociedad; un tiempo que, claro, se resta a otras opciones.

Identidades: ¿cómo se forman? Educación, estudios, experiencias, conversaciones, viajes, libros, películas, personas… programas, televisión 4 horas al día. Hablamos de televisión, junto a familia y escuela o trabajo, como los principales elementos de socialización. Así se explican éxitos de audiencias de, por ejemplo, los programas basura: «Gran Hermano» o «Corazón de otoño» escupen a la cara del televidente personajes bien elegidos, personalidades definidas que crean el buscado consenso entre quienes los ven, los comentan y critican: el consenso y no el disenso acerca a las personas. Compartir opiniones crea unos vínculos, una aceptación del otro que quizás no se establece hablando de política.
 
Un vistazo a las programaciones y a la lista de lo más visto muestra cómo millones de personas acuden como moscas a programas nauseabundos para alimentar sus almas. ¿Qué hacemos? ¿Cómo nos definimos? ¿Somos fieles a nosotros mismos?

Sin ánimo de parecer pedante, me planteo estas preguntas en voz alta. Porque entro en el conjunto de moscas si consideramos al fútbol basura. Y porque la semana pasada, pensando en esta primera columna, rescaté de la estantería un título muy interesante -esclarecedor en cuanto a distintos aspectos televisivos-: “La tiranía de la comunicación” (Ignacio Ramonet, toda una identidad). Vuelvo a sus páginas: el telediario no es más que otro programa espectáculo. Creo que la semana que viene lo citaré.

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