La neurosis, entre tantas otras cosas, me provoca una especial observación del paso del tiempo. Puede que tal vez me provoque una mala aceptación del mismo, sus pautas y consecuencias.

El domingo podríamos decir que me vino una crisis, un brote,  o una neura enorme sobre esto que digo.  Es pequeño, muy pequeño. Más moreno de lo que esperábamos todos, dormilón, tranquilo… Tenía un día cuando lo contemplaba con sus puñitos cerrados colocados alrededor de la cabeza, una postura algo rara pero graciosa.  Hacía dos años que sus padres se habían casado. Hacía dos años que la despedida de soltera de su madre fue la primera despedida de este tipo a la que yo fui. Hacía dos años que acudí a la primera boda de una amiga cercana, en la que no era la hija de, no se casaban familiares o amigos de mis padres, era sólo Mercedes Serrato. Hacía un puñado de meses que en mitad de una ducha me sonó el móvil para dejar oír al otro lado a una interlocutora sollozante que anunciaba que el vendría al mundo en unos meses. Se llama Ángel, y a mí me inquietaba que al fin estuviera aquí. Pequeño, indefenso, ajeno al mundo, desconociendo quien es Gadafi, o Rubalcaba, o Belén Esteban… El hambre para él sólo es lo que siente antes de llorar para acabar obteniendo leche materna. No sabe nada de guerras y conflictos, salvo los dolores que en su barriguita provoca la retención de gases. En definitiva, ignora los males del mundo en que ha ido a nacer, bendito él; ojalá a todos a veces nos vinieran ráfagas de esa ignorancia, ojalá tantos niños que nacen en otras zonas de la Tierra tuvieran la suerte de él, que tardará tanto en saber todo lo que hay fuera de los brazos de su madre.

Ensimismada en esto, me ha dado por enlazarlo con algo que absolutamente nada tiene que ver. El lunes, un amigo mío y casi vuestro, amigo de todos los que se acercan el viernes a tomar una cervecita por la tasca de Moe de Triana, Álvaro Ballén, quien le presta los dedos al amarillo personaje, consiguió algo que no sé si era un sueño o más bien un gustazo que él quería darse al menos una vez en la vida. Tras muchos años acudiendo al Gran Teatro Falla con un cartelón y algo para darle golpes al mismo, se llevó el primer premio. Él realmente acude todos los años con la misma ilusión, no sólo la del concurso, más grande aún puede ser la ilusión de perderse por las calles de la Viña y hacer reír un ratito a la gente, pero ya puestos, a nadie le amarga un caramelo.  No sólo de comparsas vive Cádiz, y esta modalidad, a veces muy poco conocida, con menos repercusión que otras, también tiene su afición, su público y gente que dedica mucho tiempo a sacar buenas cuartetas, un tipo que guste y ganas de cachondeo para que la gente lo pase bien. Álvaro ha sido Quijote, detective, vampiro, tendero, presentador de telediario y alguna cosa más que me olvido, pero ha sido este año donde tras pisar las tablas del Falla ha conseguido el reconocimiento del jurado. Han sido años, el inevitable paso del tiempo tal vez, el que le ayudó a lograrlo.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...