Todos los que en estos días hablamos de las medidas de la ley antitabaco, lo hacemos desde nuestro punto de vista, personal y particular, por eso entiendo que muchos no van a estar de acuerdo conmigo, pero no puedo separarme de mi punto de vista.

Mercedes Serrato. Mi situación seguramente será muy común a la de mucha gente. Niña enfermiza en cuanto a temas respiratorios se refiere, pasé una infancia asmática en que siendo pequeña me quitaron de mi habitación la moqueta y muchos peluches. Sin embargo, no parecía importar el hecho de que fuera una fumadora pasiva, y una de las buenas, hasta tabaco negro han filtrado mis pulmones. Con los años y el deporte, mis pulmones mejoraron; y pienso que mi calidad de vida mejoró cuando por unos motivos u otros, mi casa se convirtió en un espacio libre de humo. Ahí fue cuando me dí cuenta de lo molesto que era a todos los niveles.

Evidentemente, seguía viviendo en un mundo de fumadores, en otras casas, en los bares, las discotecas… Pero valoraba doblemente el aire limpio de mi casa, lo agradable de no llevar el perfume pegajoso del humo en el pelo y la ropa. Luego, llegó la primera “ley antitabaco”. A muchos se les llena la boca espetando el gasto que algunos establecimientos han realizado al adoptar la medida. Respeto esto, pero sinceramente, me habría encantado  frecuentar más alguno de esos locales. Muchos bares simplemente adoptaron ser espacio de fumadores, siendo inferior a las medidas que obligaban a la división de espacios… y la división… En muchas ocasiones simplemente se acotaron zonas del recinto que ya estaban divididas, o se colocaron barreras no del todo efectivas…

Ya hace unos cuantos veranos me maravillé en Roma de ver como habían acatado la ley que ahora gozamos o padecemos, según quien lo cuente, y como los camareros amablemente se abalanzaban sobre cualquier fumador (en la mayoría de casos extranjero) que encendía un cigarro.

Quizás el número de denuncias en estos primeros días es escandaloso, sí, quizás este país está lleno de chivatos, soplones, ciudadanos con inquina que igual que en el XVII acusaban al vecino de prácticas judaizantes ahora esgrimen la acusación tabaquera, de acuerdo. Pero tenemos la memoria muy breve. Sin generalizar, hemos vivido muchos años de mala educación por parte de los fumadores, o muchos de ellos. Mi madre ha vivido que la atendiera un ginecólogo estando embarazada de mí con un paquete de tabaco sobre la mesa, hemos vivido años en que nadie te preguntaba si podía fumar, si te molestaba, simplemente lo hacían…

Cuando viene gente a casa y me preguntan si se puede fumar, amablemente indico que no. Los mando a la terraza o al rellano. Nadie te dice nada, pero en el fondo muchos piensan que es un engorro. Pero yo un día aprendí lo agradable que es vivir sin humo, y a pesar de leyes duras o formalismos sociales, intentaré seguir manteniéndome en esto.

Cuando amanecí el sábado por la mañana, tras visitar más de cuatro o cinco bares la noche del viernes, descubrí que había un mundo nuevo posible, y unos despertares que no huelen a nicotina y alquitrán.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...