Los propósitos para el nuevo año son egoístas en su mayoría. Lo son porque aunque se basan en el ideal de lo que querríamos ser, no suelen alterar en lo sustancial nuestra forma de vida. Nadie se propone ser tolerante, investigar otras ideologías, escuchar más y hablar menos.

Le daba vueltas a esto viendo el típico reportaje absurdo de personas que se apuntan al gimnasio y clases de inglés, pensando en la dieta que debería emprender tras tanto exceso navideño, haciendo la planificación mental del tremendo mes de Enero que tengo por delante, cuando, por algún resorte neuronal, volví a la mañana de unas semanas atrás, en que sonó repetitivamente el portero automático de casa.

Me apelaron por mi nombre y mi apellido; al confirmar que yo era yo, me informaron que tenía un envío de Correos que no cabía en el buzón, probablemente era un libro. Yo era yo, una yo en pijama, y una yo que ya había recibido todos los envíos que esperaba, por lo que la situación me pillaba absolutamente a desmano.

En este punto, quien aún no se haya cansado de leer, arderá en deseos de saber qué era tan misterioso paquete. Ni más, ni menos que el último libro de Antonio Burgos.

¿Qué quieren que les diga? por azares de la vida, hay una lista de envíos que piensa que la arriba firmante es algún tipo de «influencer» hispalense, y de tarde en tarde me hacen algunas donaciones literarias que por desgracia, no siempre puedo atender convenientemente, amontonándose en la lista de cosas pendientes. Esto explica que aún ni haya podido mirar la obra en que participa mi querido Antonio Bejarano.

Así que allí estaba yo, revestida de franela estampada de tartán, con la última obra del hijo del sastre en la mano, pensando en lo paradójica que es la vida… También pensaba, con mucho más divertimento, lo que dirían ante esa escena toda esa gente que casi sin leerme me llama roja, podemita, y piropos de ese calibre. Incluso, con la batidora de mi mente funcionando a la quinta potencia, pensaba en ese periodista que parece levantarse cada mañana para heredar el lugar simbólico de Burgos, y que sin saber yo porqué, me tiene bloqueada en Twitter.

¿Qué diría ese hombre si pudiera verme de aquella guisa con semejante regalo del destino en la mano derecha?

¿Qué diría esa gente que dicen tener mi amistad pero que desaprueban en alto porcentaje mi forma de entender la vida? ¿Y mis amistades rojas, podemitas o no? La guasa estaba servida por todos los flancos posibles.

Por supuesto, tuve un flash para recordar a Pablo Carbonell y el río Guadalquivir, que la mente de una roja podemita se construye a base de poliédricos ladrillos, ya saben.

Incluso tuve un momento de pena, al saber que el gato Remo ya estaba en el Cielo de los Gatos.

¿Qué pensaría el propio Antonio Burgos? Si les soy sincera, eso era lo menos preocupante, porque, nobleza obliga, es bastante cortés para conmigo, por lo que sospecho que era el único de mi lista que no iba a tener colmillo retorcido a la hora de evaluar el hecho.

Y con toda esta historia desplegada por las gradas de la Metropolitana, me pregunto cuánto tiempo más mantendrán a alguien como yo en la lista de envíos de la editorial…

Y también, y por encima de todo, me pregunto si este año no sería preciso, además de intensificar mi lucha en todo lo que me parece injusto, intentar desentrañar los mecanismos de todo aquello que me es ajeno; hasta cierto punto claro.

No es un propósito para el nuevo año, es una increíble duda filosófica para el nuevo año.

¿Qué quieren que les diga? Llueve mucho, y en días como estos se me mojan las ideas.

Menos mal que en Cádiz ya empiezan a resonar coplas, y eso lo aclara todo.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...