El Graderío de la Catedral, por Mercedes Serrato

Lo mejor para mí de que la Selección Española ganara el Mundial es que al fin acabó este, y dentro de lo que cabe, una vez pasada la resaca eufórica, podamos volver a la normalidad.

Mercedes Serrato. Los romanos hace milenios que dieron con la clave: “Al pueblo pan y circo” y sumando esto a la anestesia veraniega, gozamos de un ambiente cordial, unido, feliz, sin crisis ni problemas, todo sonrisas y caras pintadas, “Españolía” por doquier, que diría el señor Aragonés. Y no es que no me alegre del triunfo de La roja, es que me saturan las campañas mediáticas y me molesta que la sociedad sólo demuestre cohesión en cosas así, sin contar el grado de absurdez que se llega a alcanzar cuando todo parece estar confiado en lo que pronostique un pulpo hambriento.

Por otro lado, parece que Fidel Castro sigue vivo, y anda prodigándose más de lo habitual. Lo impresionante para mí no es esto, sino que en  las fotos realizadas  en una visita al CNIC (Centro Nacional de Investigaciones Científicas)   luzca un chándal Nike blanco… ¿Nike?  El padre de la revolución, el guardián del comunismo, el último símbolo de los contrarios al imperialismo lleva un atuendo que es la imagen del capitalismo puro, a lo Cristiano Ronaldo. A ver si va a ser verdad que está muerto y es un doble, porque me cuesta creer que el viejo comandante cayera ante el marketing internacional de dicha marca. Lo mismo Belén Zurbano y servidora nos estamos quedando muy en la superficie, y esto de las vestimentas políticas es un filón.

Sin embargo, contra los chándals, el pulpo Paul y este mundo loco que parece perder el norte en tantas ocasiones, el miércoles  pasado surgió un bálsamo, y no hablo del partido con Alemania, evidentemente.  En la calle San Luís, en Escénica, capitaneados por Juan Duque, actores y músicos estrenaban Las preciosas ridículas de Molière.  No niego que acudí por la amistad con Juan, igual que si la obra hubiera sido un fiasco no hablaría de ella por muy amigo mío que el director fuese. Un texto inteligente y vivo, precioso en formas, delicado en la comedia, hizo que volara una hora en la que verdades de otro siglo tenían plena vigencia en el nuestro. Un toque fresco y clásico fue aportado por música en directo, con músicos de verdad, que enfatizaban el texto, ayudaban al humor y soportaban la genial obra.  Las protagonistas balanceándose en un columpio,  eran la perfecta metáfora de un mundo que presume estar cargado de valores y sensibilidad, pero que en ocasiones resulta vacío e insustancial.  Mereció mucho la pena invertir aquella noche en el genio francés en lugar de estar pendiente de lo que ocurría en Sudáfrica.

Espero que por azares de la vida, o por el mérito propio que este equipo tiene, esta obra pueda representarse en algún escenario más, para que más gente pueda disfrutar del genio de Molière y del extraordinario trabajo que este grupo  ha realizado.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...