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A veces me da la sensación de que las palabras, por el tiempo, por el mal uso, se desgastan, pierden fuerza y sentido.

Por Mercedes Serrato   Cuando yo era pequeña aún existía el Servicio Militar Obligatorio. Eran los últimos coletazos, y casi todo el mundo que yo conocía en edad de realizarlo, pedía prórroga por estudios, prórrogas que se eternizaron hasta que este desapareció.  Recuerdo la figura del ‘objetor’. Al principio sólo sabía que eran personas que estaban en la cárcel.

Cuando supe el porqué, cuando tomé conciencia de aquello, me pareció gravísimo. Gente que por convicción acababa en la cárcel, que se negaba a participar de algo que iba totalmente en contra de sus principios.

Hoy en día, lo miro con los ojos de la madurez y me parece mucho peor. En plena democracia me cuesta creer que pasara aquello.  Ahora resulta que un objetor es un chaval que estudia secundaria, cuyos padres han decidido que atenta contra su integridad, sus principios y los valores inculcados en el seno de su hogar, que el chico estudie Educación para la Ciudadanía.

Claro, como va a aprender el chaval cosas tan básicas como la Constitución, los Derechos Humanos, o la tolerancia en los diversos modelos de familia… ¿acaso eso le importa a alguien?. Cuando los alumnos no tienen educación se culpa a los padres, estos culpan a los profesores y al sistema; pero, cuando el sistema intenta de mejor o peor manera (todo es discutible) hacer algo, entonces ya los padres no lo quieren, y se sacan de la manga la objeción.

Por esa regla de tres, mi madre tendría que haber dicho que yo era una niña de letras, con una personalidad harto sensible y unas capacidades acordes, a quien le costaban la mismísima vida las matemáticas, me habría encantado ser objetora de matemáticas. Pero claro, es que si mi madre hubiera pretendido eso, lo primero que habría despertado sería la risa, porque suena a aquello que tanto decían los profesores “ideas de bombero”.   

En realidad, sería deseable que la asignatura de la discordia no existiera. Sería lo bonito, lo ideal. Los valores, la ética que se incluye en el temario deberían ser aprendidos en casa, deberían formar parte de la cotidianidad del alumnado; pero está visto que no es así en muchos casos, e  incluso con esta medida seguirán quedando escollos.

Pero algo si es seguro, me da miedo pensar lo que están inculcando estos padres a sus hijos con esta actitud, porque las personas también recogemos estas enseñanzas subliminales, ese implícito: hijo, no te preocupes, que a ti no te puede obligar nadie, ni la Consejería de Educación, ni el Ministerio, ni el Tribunal Supremo, si no quieres pues no hay asignatura, que yo tampoco quiero…. Luego nos extrañamos cuando no obedecen al profesor de turno, pero claro, es que comparado con el Supremo, ese hombre es insignificante.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...