mercedes-serrato-21-8-2017

Cuando todo se ha dicho, y a la vez todo está por decir, es complicado hasta teclear este folio largo semanal. Han pasado demasiadas cosas como para abreviarlas, y otras son hasta dolorosas de comentar.

Detesto las semanas con una noticia eclipsante; ya saben que lo mío son las chorradas, las marginalidades, los detallitos que a casi nadie interesan, las rarezas y las aristas de la vida.

Me desasosiego ante una gran noticia, sobre todo cuando se refiere a una gran catástrofe. Mi capacidad de reacción en caliente cada vez es más limitada; probablemente, porque me hago vieja.

No es sólo una reclamación prudente este proceso de pensar lento en momentos críticos, es una necesidad de digestión neuronal.

La rabia, la desolación, la pena, me invaden lento, como un veneno sutil que, tal vez de pura sutilidad, me impiden llegar al odio y me hacen rechazarlo.

También es por esto que me asombra y me indigna a partes iguales esa idiotez que no es capaz de mirar a la Luna, sino al insignificante dedo que la señala.

En este sentido, ha habido de todo. El calzado de la alcaldesa de Barcelona, el catalán de fulano y mengano, la chaqueta de sutana, la condena o no por parte de quienes poco o nada tienen que ver.

Por supuesto, si jamás aprendimos de nuestros errores en este país, lo podemos volver a constatar en este caso.

Hemos pasado de un Acebes desgastado que salía a mentirnos, a un Zoido prácticamente ausente, que tampoco aportó mucho en su comparecencia, más allá de acrecentar la orfandad de gobierno estatal en que vivimos.

Tampoco creo que pueda sentirse mucho consuelo por parte de un monarca que aparece cuando le parece, y no quiere revelar dónde estaba, que no pensemos que mantenerlo nos dará derecho a explicaciones. Lo malo de esto es que la mente se dispara, y da por pensar en destinos de lejanas montañas, que diría aquel.

Coronarlo todo con una misa de una confesión religiosa que a saber cuántas víctimas procesaban, es un poco la «Marca España»; que centrarse en lo importante es más trabajoso. 

En esta piel de toro habita tanta mente aborregada que en momentos como este, solo se empeña, de manera cerril e incansable, en apellidar el terror. Esto, además de absurdo, es paradójico. Cuando ETA se nutría del catolicismo, a nadie parecía importar la religión de quienes provocaban las masacres; ahora es el centro de todo, la explicación universal.

Si hay algo que deteste más que un hecho doloroso y lamentable, es a la gente que quiere sacar tajada de ello. Me da igual si son separatistas que aprovechan para hacer campañas estúpidas, fachas arrimando el ascua a su sardina patriótica o racistas que quieren revestirse de vaya usted a saber qué…

Y sí, he dicho fachas, que si yo me meriendo cada día un par de «feminazis» no voy a tener ahora miramientos con semejante caterva

Hace ya bastante tiempo me indigné con la islamofobia que se disfrazaba de defensa de las libertades. Jamás conseguirán que me trague ese sapo, y nunca podré entender un prejuicio que más allá de la religión o la procedencia, suele ser una cuestión de clase.

Si hay algo que me duela más que el horror, las víctimas inocentes y la ruptura de la paz ciudadana es esto. Este terrorismo silencioso de las ideologías interesadas, que al final, de forma menos explícita, persiguen lo mismo: generar miedo, romper la paz y para ello, no tienen miramientos con personas inocentes.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...