Teniendo entre manos proyectos que podríamos catalogar de importantes, tales como una tesis doctoral, cuestiones de índole laboral y profesional, cursos y formaciones, artículos y trabajos con fecha de entrega; estoy dedicando gran parte de mi tiempo, no sin remordimientos, a la renovación flamenca que mi vestuario de Feria requiere. Podríamos parafrasear alguna cita diciendo: «No soy yo, es mi socialización».

Leo, como tanta gente, el artículo que Leticia Dolera ha lanzado al mundo para hacernos partícipes de sus luchas y debates al respecto del feminismo y su participación en la reciente Gala de Premios Goya.

Para cualquiera que viera «Requisitos para ser una persona normal» quedó claro la sensibilidad de esta actriz y directora. Para quienes pudimos ir al preestreno en Sevilla, donde disfrutamos de un rato de charla con ella, la impresión fue incluso algo más de andar por casa. Se trata de una mujer; no diré como todas, pero sí como muchas. Una mujer con las dudas que muchas tenemos, con las inseguridades que no corrige el tener una talla treinta y tantas o ser una cara conocida. Tiene implicaciones sociales con el mundo que le ha tocado alrededor, y no ignora, que esas implicaciones conllevan una responsabilidad y una revisión constante.

Leo su artículo, y como soy humana, con el egocentrismo que ello implica, pienso en algunas situaciones vitales mías comparables. Obviamente, debo salvar la inmensa distancia de no ser actriz, ni directora, ni haber estado nominada a ningún Goya, y mucho menos, de haberme visto en la tesitura de acudir al evento para entregar uno. Quitado todo este artificio, me sitúo en un mundo y una cultura que valora la estética y el aspecto físico. Afino el pensamiento, pues no valoramos cualquier estética ni cualquier aspecto físico. Una vez más, como una pesadilla recurrente, caigo en la historia que ya conté, donde acudí a una boda como se debe acudir según la etiqueta y alguien de mi familia manifestó un profundo orgullo por mi fina estampa, como si ese fuera mi único mérito en aquellos días.

Como mi experiencia personal es muy insuficiente ante esto, consulto con una amiga que es actriz, pero no una cualquiera, de esas que salen en series punteras a nivel nacional y de la que no se desvelarán datos por preservar la pureza de sus opiniones.

Le envío el artículo y le pregunto qué piensa. A nivel global, podríamos decir que se siente bastante identificada con lo que narra Leticia. Es un lugar común para las actrices eso de que su talento quede eclipsado por su imagen.

Pensando en lo que me dice, recuerdo algo que vi en Mérida: la placa funeraria de una célebre actriz de la época romana, una mima de renombre en sus tiempos. ¿También ella vió su talento eclipsado por su linda túnica y cobraba menos que sus compañeros? De lo segundo estoy prácticamente segura, de lo primero, casi que también…

Pero devolviendo mis pensamientos al mundo actual, mi amiga actriz anónima sigue tirando del hilo. Me comenta que la profesión tiene esas cosas, y que ella sabe que para sus compañeros hombres tampoco es tan, tan fácil. Hay quien no soporta llevar traje, y también esa noche lo pasa mal. Empiezan a aparecer listas de los peor vestidos… Esto último, imagino que es cuestión del capitalismo estético que nos domina. Hombres y mujeres debemos cumplir cánones y estándares, no lo olvido, aunque siempre que toca repartir, siempre nos acabamos llevando la peor parte.    

El análisis pasa a ser casi un meta-análisis. La actriz que en estas líneas no tiene nombre, me advierte y recuerda que su profesión tiene muchas cuestiones injustas, que todo el mundo conoce, y que son así. Puedes no asumirlas, y entonces tendrás que responsabilizarte de en que lugar te va a colocar eso.

Esto último no es muy transformativo, pero sí realista.

Estando así las cosas, no es fácil decidir, y tampoco es fácil no tener el mar de contradicciones que expresa Dolera en su texto.

Navego por la red; el número de actrices que conozco es limitadísimo, y querría conocer alguna opinión más que no provenga de mi entorno.

Encuentro muchos apoyos, y otras cosas algo incalificables. Las lecturas reduccionistas, que siempre las hay, expresan por sus teclas que es el escrito de una niña tonta que no sabe si quiere ir guapa a una gala. Vale, no han entendido nada, pero no importa. La contradicción no es tan simple, ojalá lo fuera. El nudo gordiano radica en el hecho de que a veces, cuando cumples con lo establecido, a tu manera y a tu forma pero cumples, el mundo entero entiende un mensaje absolutamente diferente al que a ti te habría gustado lanzar en ese momento.

No se trata de ir a las bodas en pijama o a las entregas de premios con un lema de protesta dibujado en las tetas; se trata de que la sociedad crea que tu único objetivo vital es pasearte fabulosa y callada por ahí, y que eso deslegitime tus creencias.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...