mercedes-serrato-30-enero-2017

En principio, como tantas cosas, era una buena idea. Hay muchas buenas ideas, que cocidas a determinada temperatura, acaban siendo todo lo contrario de lo que pretendían en sus orígenes.

El gremio de la abogacía pudo ser un poco precursor de la historia, al fin y al cabo, todo el mundo ha escuchado alguna vez hablar de la pasantía. Recuerdo la primera vez que pregunté a un amigo, estudiante de derecho, por tan singular práctica: ¿Cuánto tiempo dura eso? Jamás he obtenido una respuesta a esa pregunta que no raye en la vaguedad de términos… «Depende», «Lo que en el despacho consideren», «Pues hay gente que se lleva hasta dos años…», «El amigo de un colega mío sólo estuvo seis meses»

A día de hoy, con la reforma de los estudios de Derecho, con el Máster de Abogacía y toda esa parafernalia, desconozco si se ha regularizado un poco ese peculiar periodo de prácticas.

La cuestión es que nos han acostumbrado a trabajar gratis, parece que es un requisito absolutamente indispensable, salvo cuando tienes que acreditar experiencia laboral, que te las ves y te las deseas para poner en valor ese tiempo de tu vida que te lo tomaste tan en serio como si fuera un trabajo, pero no lo era.

Parecía la panacea que la Formación Profesional incluyera un tiempo de prácticas dentro de su programa curricular. El Tratado de Lisboa dio sus bendiciones, y un considerable porcentaje del alumnado, conseguía trabajo tras esta inclusión en el mundo laboral.

Por conocimiento propio, reconozco que si se dan las circunstancias correctas, es una experiencia francamente beneficiosa, donde aprendes mucho, e incluso decides tu futuro académico y profesional.  Incluso hoy en día, que el hecho de la contratación tras las prácticas es ya un relato mítico con tintes de creencia cuasi religiosa, sigo pensando que las prácticas constituyen un aprendizaje imprescindible, tanto que ya se incorporan en la mayoría de estudios universitarios.

Pero lo de que este tiempo de contacto profesional se desarrolle bajo las circunstancias adecuadas, no siempre se da… No siempre se recuerda que no se trata de suplir un puesto de trabajo, no siempre se realizan actividades propias de la profesión, y en demasiados casos, la gente en prácticas es una especie de oleaje que no cesa, por lo que la contratación no se plantea, porque no se considera necesaria si hay infinitos recambios de aprendizas y aprendices 

Admito, que de mis tres experiencias en este sentido, sólo podríamos calificar una como buena. El resto, me aportaron información importante sobre ejemplos a evitar, cosas que no quería ser en la vida y muchas horas d sobrecarga de trabajo y exceso de responsabilidades que no me correspondían. También aprendí que reivindicar tus derechos o tu dignidad no está bien visto en una alumna en prácticas, por lo que apretar los dientes y aguantar se convierte en una ley no escrita que debes seguir, pues no siempre tienes respaldo por parte de las instituciones educativas.

La experiencia buena se debió a una buena tutorización y un entorno muy favorable, en un organismo público. Es por eso que la contratación ahí no podía haberse dado, aunque tenía unos motivos justificados y que se conocen cuando se está en el sistema público.

Recuerdo, en mi primer periodo de prácticas, en que decidí que no iba a dedicarme a esa profesión, que un día, al coger mi supervisora el teléfono, le dijo a quien estuviera al otro lado: «Si, debiste hablar con nuestra becaria… No está haciendo mal trabajo la chica». Sé por su intención que ella pretendió que sonara a halago, pero desde luego la explotación de que fui objeto en aquel caso se quedaba algo lejos de su inexacta versión, porque además, becaria viene de beca, y yo no tenía ninguna.

El becariado, en muchos casos, constituye un nuevo lecho de precariedad. Sueldos testimoniales, para que te pagues el autobús o la gasolina, a veces, con mucha suerte, alta en la Seguridad Social por un puñadito de horas, y agradecimiento perpetuo por estar en esa situación.

También hay modalidades en que sólo recibes el alta y ningún salario; gracias y buenas tardes.

Hay demasiadas ofertas laborales que te ofrecen prácticas sin remunerar, y pese a ello se consideran ofertas laborales; aprecien la paradoja de la cuestión.

También hay ofertas destinadas exclusivamente a personas que hayan cursado determinados estudios que te permitan acceder a alguna modalidad de contratación formativa, donde hay remuneración, pero resulta un sueldo anecdótico en comparación con lo que se paga a profesionales de esa rama. Y no es un problema de cualificación, casi hay más un exceso de esta que un defecto. El problema radica en que si una empresa puede dar dos, no va a dar cuatro. El sistema les permite hacerlo, todo es legal, y disponen de infinitos repuestos.

Cuenta Ernest Hemingway que Gertrude Stein acuñó el término «Generación Perdida» tras escuchárselo decir al dueño de un taller mecánico durante una bronca a un joven empleado, quien sabe si no era algún tipo de becario…

La cuestión es que hay cierto atractivo en etiquetar a las generaciones, no con connotaciones possitivas frecuentemente.

Se ha dicho que somos Millenials, que somos JASP, somos Ni-ni y también Si-si. Pero probablemente, el precariado es lo que podría definirnos, si nada ni nadie lo remedia.

La Generación Becaria tiene más hojas en su currículo que en su vida laboral, y eso, además de triste o injusto, es el mapa de un futuro incierto.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...