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Las elecciones en las hermandades son algo indefinidamente patético. Un asunto que anda a caballo entre la fría política y ese amor fraterno que, según la cursilería cofrade, impera en nuestras corporaciones.

Eso hace que andemos en un terreno inconsistente en que por falta de acotamiento, nadie se mueve bien.

Para lo bueno y lo malo, las hermandades son un reflejo de la sociedad. No asumir eso puede ser el primer fallo de quienes, con actitudes hipócritas y desagradablemente remilgadas, intentan enmendarte la plana, argumentando que las cofradías son otra cosa, Iglesia, amor, Fé, y que en ella no caben estrategias, odios, rivalidades o intereses.

Alguien debería preocuparse por buscar una grieta bien grande por la que debió colarse todo eso, porque al igual que en la calle, son elementos presentes en nuestras corporaciones, que, lamentablemente, afloran con mayor virulencia en periodo electoral.

La combinación de esos dos factores, la fraternidad y el encarnizamiento político, rara vez se pueden evitar, y rara vez resultan poco dañinos.

Es de ahí, de esa tensión entre lo que se es y lo que se debería ser, que andamos como peces fuera del agua.

Cualquiera con la semilla del amor fraternal plantada en su corazón, rehusará tomar en consideración innovaciones políticas para el momento electoral. Te dirán, con algo de superioridad moral, que las cofradías son otra cosa, y que las campañas aquí no tienen cabida. Es esa gente que hace campaña sin saberlo o sin admitirlo. Gente simpática que expurga su agenda personal durante sendas tardes a la caza del voto, que se reúne con tal y cual grupo, que aún piensa que estas cosas, para quienes saben de que va la historia, se deciden en «un buen pescao».

También esta gente es la que llegado el caso, puede prometer cosillas; puestos en la cofradía como producto estrella, colar a fulano en la cuadrilla de costaleros también es dádiva muy demandada a cambio de la papeleta correcta.

De otra parte, hay quienes con mejor o peor intención, intentan sumarse a los tiempos en que vivimos. Hacer reuniones informativas de corte más general con proyecciones y presentaciones multimedia ad hoc suele ser la base. También son populares los vídeos, bien explicativos del programa, bien manifestando apoyos. Un ht, una página web y perfiles en redes sociales ya son prácticamente imprescindibles.

Por supuesto, no estoy diciendo que por utilizar lo que la tecnología pone al servicio de la sociedad, se trate de candidaturas o personas descorazonadas; nada de eso, aunque al ojo más rancio se lo pueda parecer en ocasiones.

Por más que se pretenda vivir en el Siglo XXI o en el XVIII, las cofradías si que debieran mantener intactas ciertas reglas no escritas, pero no parece que eso sea sencillo.

En tiempos de elecciones cofrades puede salir a relucir lo peor de la gente: Hacer campaña usando descaradamente proyectos sociales dejando que la mano derecha sepa bien lo que hace la izquierda; enfrentarse abiertamente con familiares o amistades íntimas; comprar a «grupos de presión» con guisos varios, llamados fraternalmente «convivencias».

Desde la prensa morada, incluso he leído una reciente insinuación muy desagradable, aludiendo que un reciente escándalo relacionado con cierto archiconocido personaje, está más en relación con las elecciones en su corporación que con otra cosa… Amor fraterno por todos los flancos, como pueden ver.

Visto lo visto, y lo que nos queda por ver, lo que debiera preocuparnos no es que una candidatura haga campaña a golpe de tweet, sino que siga siendo más efectivo que eso la promesa de una vara. 

Las hermandades son muchas cosas, son corporaciones de fieles, pero también fueron entidades precursoras de lo que hoy en día llamaríamos organización sindical. Son grupos de pertenencia, extensiones de la familia, espacios donde realizarnos y reconocernos como personas en una singular dimensión.

Pero lo decía al comienzo, estas corporaciones son un reflejo de la sociedad, y en periodo electoral, más aún.