mercedes-serrato-9-1-2017

A veces tengo la extraña sensación de que no disfruto mi tierra como las ajenas. Intento no ser una de esas personas que viven sin valorar lo que tienen cerca, pero a veces hay cosas que se me escapan. Hacía muchísimo que no iba al Museo de Bellas Artes, y con la excusa de «Los objetos hablan», allá fui, repitiendo un gesto que suelo hacer más en ciudades donde soy forastera.

Salí de allí contrariada, afirmando lo que reza en el título, y no como si se tratara de la universal obra de René Magritte «Ceci n’est pas une pipe». Más bien era en un sentido literal, sin metáforas y con cabreo. He visitado menos museos de los que me gustaría, pero sí los suficientes como para saber que es y que no es una pinacoteca.

Nada más llegar, una no diligente trabajadora, nos tuvo esperando un par de minutos en la taquilla, mientras ella, sin ningún tipo de apuro, despachaba una conversación telefónica, que a juzgar por lo que me hizo escuchar en su tiempo de desatención, era personal y nada urgente. No tuvo la cortesía de cortar o hacer esperar a la persona del otro lado de la línea para hacer su trabajo, y al colgar, tampoco emitió ninguna disculpa cortés por una actitud, que aunque ella creerá normal, era bastante impropia.

Ojalá eso hubiera quedado ahí, una anécdota y poco más. Pero la desgana, la desidia y la desatención de ese lugar se respira en todas partes: en cuadros con necesidad de restaurar colocados como si fueran cualquier cosa, en la mala iluminación, en unas escaleras que se advierten peligrosas en carteles y no tienen una mísera tira antideslizante al borde de sus peldaños. 

Resulta algo desolador pasear por sus salas, como si la decadencia también estuviera colgada en las paredes. Imagino que esa especie de abandono silente de las instituciones carcome el ambiente y contagia a quienes deambulamos por allí, convirtiendo el lugar en un recinto triste y sombrío 

La exposición estaba algo más cuidada en el sentido estético, pero seguía estando en ese museo que no era tal, y eso se dejaba sentir.

Contemplando algunas obras, escuchaba un murmullo creciente, que pronto se convirtió en un jaleo. Supuse que se trataría de algún grupo o visita guiada que cotorreaba comentando aquello, y casi me alegraba que al menos hubiera cierta vidilla entre esas paredes. Pero algo fallaba… el jaleo permanecía pero aquél grupo nunca avanzaba. Al aproximarnos a la fuente del ruido, comprobé, asombradísima, que eran trabajadoras y trabajadores de allí en animada conversación. Increíble pero cierto. Jamás, en ningún museo que he visitado he visto semejante actitud en el personal de sala. Daban ganas de ordenar silencio, invirtiendo el orden natural en que estas cosas suelen pasar en las pinacotecas corrientes.

Siguiendo con la visita, disipado el jaleo aquel por causas que desconozco, me fijaba en el resto de visitantes. Parecían no ser de Sevilla, y quizás por eso mantenían cierta actitud de extrañeza. A lo lejos, una conversación a alto volumen… Al estar más cerca, una vigilante de sala que hablaba por teléfono como si tal cosa y que no dejó de hacerlo en el cuarto de hora largo que la tuve en mi radio.

Magritte decía que su pipa no era una pipa porque él sólo había reproducido una iconización de un objeto; una pipa era algo que se guardaba en el bolsillo y su obra sólo era la representación pictórica de eso. El Museo de Bellas Artes de Sevilla no es un museo, es la representación de lo que podríamos denominar como museo, pero en puridad, es otra cosa.

Ni siquiera en el Musée des Beaux-Arts de Pau pensé que no era un museo, pese a ser un lugar muy pequeño y con las pinturas colocadas sin ningún tipo de orden ni concierto: pero resultaba un lugar disparatado y entrañable, no un lugar decadente y olvidado.

¿Y esto de quien es responsabilidad? Como suele pasar aquí, de todo el mundo y de nadie…

¿Y la Junta de Andalucía? a lo suyo, que tiene mucha tela con lo suyo…

¿Y el Alcalde? Bien, gracias por preguntar… Cuando puede, ronea de que va a poner la Colección Bellver de dulce.

¿Y la sociedad, la gente, la sevillanía? Pues eso, hablando de patrimonio humano, discutiendo si hacer el centro de interpretación del pestiño o si poner el Vía-Crucis del Consejo el primer jueves de cada mes… Llenándose la boca con siglos de arte, mientras ensalza y remoza iglesias de los años cincuenta y cambia una imagen de treinta años por una nuevecita con los ojos claros; cuando no se preocupa de cuestiones sesudas de calado como la moda de la ensaladilla servida en forma de bola… Ya sabe, aquí otra cosa no, pero nos desvivimos por la preservación artística.

No he venido yo a descubrir el abandono de la que, según se decía, era la segunda pinacoteca de España. Es un problema que viene de atrás, bastante atrás. Pero yo hacía mucho que no me daba con él en toda la cara, tal y como me pasó hace unos días.

Tal vez por eso no me prodigo por allí, y tal vez por eso, no sé cuanto voy a tardar en volver, porque hoy por hoy, no es que tenga muchas ganas, la verdad.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...