mercedes-serrato-28-noviembre-2016

Hace unos días, en la cuenta de Twitter del centro TNT Atalaya, publicaban que las administraciones de estos contornos no se lo ponían nada fácil, lo cual les hacía plantearse la emigración a entornos más favorables para su proyecto. Esto me dio pena, a la vez que me resultaba comprensible y lógico.

El sábado se despedía de Sevilla Fuenteovejuna de TNT-El Vacie. Una obra más que recomendable para quien pueda verla en otro punto del territorio patrio, o quien sabe, aguardarla a que vuelva por aquí.

Admito que suelo tener miedo ante adaptaciones de Lope de Vega. Me gusta demasiado el teatro clásico, y ya viví un terrible desengaño hace más de una década, cuando con ilusión retransmitieron en «La 2» una galardonada versión de «La vida es sueño». Si tengo reparos con Fray Félix, no iba a tener menos con su colega Calderón. Creo que lloré al ver en escena vestidos de noche, chaqués, y despropósitos que laceraban mi ideal del Siglo de Oro. No lo puedo evitar, me molestan tanto esas intervenciones contemporáneas que me llevan al punto de no ver esa populosa serie de RTVE que caricaturiza la historia poniéndola al alcance de mucha gente que ahora parecen creerse historiadores, uniéndose a analistas políticos de barra de bar y seleccionadores nacionales de fútbol de barrio.

Pero mi curiosidad era mayor que mis prejuicios, y lo que vi el sábado no pudo gustarme más. Pepa Gamboa sabe que adaptar no es usar ropa de este siglo o aligerar la parla en verso, aunque en la obra haya de esto. Adaptar es dejar los conceptos desnudos, para que todo el mundo pueda disfrutar de ellos. Es una tarea tan compleja, que sólo alguien con un conocimiento profundo de la sociedad, de hace siglos y de la de ahora, puede hacer.

Y esa es la maravilla que se han perdido quienes no han podido ir a ver esta obra.

Las injusticias son intemporales, la opresión de los poderes, por desgracia, también. Y en esta obra las coplillas y los panderos no tienen siglo, las bodas con honra no se separan del «yeli yeli», la pena más infinita está hecha de fado, las noticias se cuentan como deben contarse, con la voz de Iñaki Gabilondo; la resolución del pueblo tiene el eco de la Revolución de los Claveles, las posesiones del Comendador se pregonan como se pregonan aquí las ventas, y la paradoja genial es la de que una ufana gitana sea Isabel la Católica, la misma que decretó la expulsión de esta etnia.

El honor de nuestro siglo debería ser la dignidad universal, y esta dignidad debiera tener tal alcance, que considerara en su espectro el derecho a la cultura. No al concepto estático y férreo que a veces quieren vendernos. La cultura viva, la que llega a todo el mundo, la que se identifica con la sociedad, esa es la que debiera ser un derecho universal.

En Atalaya hacen lo que pueden por cumplir con esto. Conservaremos la esperanza de que no tengan que emigrar, porque la orfandad de sus propuestas sería complicada en estos lares.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...