De los incontables problemas ancestrales que padece Sevilla, hay uno que se arrastra desde los tiempos de antes de Cristo; cualquiera cree que Sevilla es suya, suya y de nadie más… y así nos va.

Cantaba Jorge Drexler aquello de «no hay un pueblo que no se haya creído el pueblo elegido», y tal vez, cualquier persona que haya pasado por este rincón a la orilla del Betis, ha sentido tal cosa.

Saber lo que es Sevilla, lo que debe ser, incluso más allá. Saber qué es ser de aquí, tener clara la identificación de lo que se puede hacer y no, es algo que con frecuencia, demasiada gente parece conocer y tener muy arraigado como la posesión de una verdad superior.

Esta polarización se vió claramente ayer con el pregón. Las redes hervían, en su mayoría de contento, pero había quien criticaba que asistíamos a una cosa populista, tildando el pregón de «catetada» como poco. Lo bueno y lo malo de este pueblo grande, es que ya nos vamos conociendo, a veces más de lo que a mí me gustaría, y sabes que por esas teclas no habla el criterio límpido de alguien formado. Habla el más bajo pecado capital, la envidia, esa que aleja a mucha gente de metas que anhelan en silencio, mientras públicamente mienten diciendo que esas cosas no les interesan. Ven tan lejos el atril maestrante como el planeta Marte, y es ese acicate el que les empuja a utilizar la excusa ya sabida: Sevilla es tal, es cual, no es de ellos, y eso es así, compadre… Por dentro, saben que darían una mano por recibir esos aplausos que hoy critican, porque para entonces, eso sería Sevilla, la auténtica.

Personalmente, es público y notorio que para quien firma, pasarán demasiados años hasta que alguien iguale el pregón de Francis Segura. No es por amistad, es por coherencia personal, por formación, por edad, por lo que quieran. Pero eso no hace que yo no respete lo que se hizo ayer en el Paseo Colón, que fue costumbrista, pero que llegó a la gente, emocionó, no se hizo largo ni pesado y superó con mucho lo visto en otras ediciones. Es como el odio a la Navidad, que dejo a un lado cuando veo que hace felices a quienes me rodean.

Pero no es esta una defensa al pregonero y un ataque a la peña de juntaletras con complejos. También es una repulsa a ese ¿colectivo? defensor de la calle en honor de Madre Angelita, como si alguna vez tal cosa hubiera estado en peligro. Curiosamente, Rafa Serna afirmó participar de aquello, pero la primera piedra no se la tiraré yo, la conciencia también debe ser personal y requiere ejercicio.

Ojalá, la infinita paciencia de Daniel González Rojas fuera un marcador identitario de la personalidad sevillana. Es tanto lo que me admira su aguante ante tanto envite ignorante, que empiezo a pensar que podría ser beatificado de aquí a poco, porque los martirios del Siglo XXI tienen tela marinera y no cualquiera sería capaz de soportarlos así.

Lo sevillano de verdad es la calle, lanzarse a las masas informes de gente con ADN del mismísimo Fernando el Santo e invadir puristamente unos adoquines muy nuevos. Ahí no hay postureo, que va, la auténtica Sevilla es esa, la de las almas limpias y las ideas claras…

Son tantas las versiones de las auténticas verdades sevillanas que ya no se sabe si a quienes nos despreocupamos del código podremos vivir a gusto, sin que nos juzguen, sin ser esto o aquello

El problema es que este trozo de tierra, con todos sus accesorios, tiene que ser de alguien, y no hay quien no crea que es «el alguien».

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...