En un mundo hiperconectado de punta a punta, enredado en mil redes donde al menos, la globalidad del mal llamado Primer Mundo, parece haberse convertido en el sumun de las comunicaciones, un problema atenaza a ciertos espíritus sensibles, problema que ha recibido el informal término científico por mi parte de «la bola comunicativa».

Parece que el origen y raíz del fenómeno es la diferenciación de las personas en dos inmensos grupos: la gente que habla mucho y de todo y la gente que no habla nada y de nada.

Los del primer tipo, en que me incluyo, le dan mil vueltas a todo y todos, sintiendo la imperiosa necesidad de comunicarse con sus semejantes a la par que con las personas que no se les asemejan en nada. Hablan, departen, discuten, escuchan, procesan, rehacen argumentos, mantienen diálogos interiores y exteriores sobre cualquier cosa, más aún si la cosa les atormenta. Mastican y vomitan todo lo que necesitan compartir.

El segundo grupo… me desconcierta y admito que no he logrado conocerlo, probablemente es la base de la problemática. Imagino que piensan, procesan y todo eso ¿cómo podrían vivir sin hacer tal cosa? Pero por el motivo que sea, no necesitan compartir mucho o nada. Si tienen un problema parece que se forjan una idea y actúan en base a ella, sin informar, sin dar más explicaciones, no por maldad, es que no lo consideran necesario. Suelen pensar que lo mejor es pasar página y que antes de enfrascarse en una conversación larga y farragosa es mejor dejar la cuestión a un lado y a otra cosa mariposa.

No crean que hablo con maldad, en realidad, los envidio. Hay muchos momentos en que es insoportable vivir bajo el peso de tanto procesamiento racional, tan desmenuzado y excesivo… pero parece imposible cambiar de condición, y es aquí donde llegamos a la madre del cordero.  Para las personas de la primera categoría el no hablar las cosas, el no abordar pormenorizadamente todo lo que les inquieta, acaba formándoles una especie de masa asfixiante, esto es, la bola comunicativa. Todo lo que no compartes se hace bola y para que hablar, efectos devastadores, angustia digna de la neurosis más desarrollada… Y de otra parte, el otro colectivo se desconcierta y agobia ante tanta diatriba, tanto hablar, tantas palabras que no consideran necesarias. Es curioso como en este momento de la evolución humana, o tal vez de la involución, el ser humano parece estar igual de perdido que en siglos anteriores para hacerse entender; máxime cuando los medios y herramientas para ello abundan, casi sobran.

Herman Melville dijo algo que podría venir al caso de todo esto: «Permítanos hablar, aunque mostremos todos nuestros defectos y debilidades: porque ser consciente de ello y no esconderlo es una señal de fortaleza.»

Pudiera ser que la disposición al ejercicio de vulnerabilidad que implica la comunicación sea el escalón del asunto, la línea invisible que separa a esas dos partes que por desgracia, no llegan a entenderse.

No sé porqué, hablo con amigos y amigas y al final parece que todo es lo mismo Le das vueltas a cualquier problema o conflicto y al final… ahí está, la puñetera bola atragantando al personal, que epidemia. 

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...