Esta vez no voy a quejarme de lo poco que me gusta la Navidad; eso ya lo saben hasta los de Corea del Norte creo, y no tiene sentido seguir despotricando. Lo de hoy es más meditabundo, más reflexivo ¿por qué seguimos soportando esta tortura año tras año?

Casi todos los de mi entorno están resfriados o saliendo de un resfriado. Yo, personalmente, recuerdo que en los últimos cuatro o cinco años, puede que más, he estado acatarradísima en Nochebuena. Podría hacer una atribución causal kármica; el destino navideño se ensaña conmigo o algo así…

Pero seamos realistas, esto tiene una explicación más simple. Aprovechando las fiestas se sale, se habla, se beben cosas con hielo, se pasa calor dentro de los sitios, se pasa frío en la calle, y se vuelve a pasar calor mientras te vuelves a echar algo frío a la garganta

Y es simple, lo sabes, pero todos los años igual. Además, como son estas fechas en las que todos nos queremos, y te has comprometido con tales o cuales amigos, sigues saliendo, con tu resfriado, con tu paracetamol y tu ginebra, y claro, el proceso de curación no podría decirse que es el óptimo.  

Luego está el estómago… ¡ay el estómago! Esos días comiendo, esas noches penando. Si has hecho el intento de llevar una vida alimentaria mínimamente saludable estás perdido, todas tus costumbres sanas se van por el sumidero, junto con… en fin, para que hablar.

Lo único que estoy evitando son esas aglomeraciones en las calles, esos hilos musicales infames de las tiendas y esos dependientes y dependientas a los que les falta escupirte. No los culpo, no crean. Están ahí, aguantando calefacción y villancicos a todo trapo, en jornadas draconianas ¿cómo esperamos que nos atiendan con una sonrisa encima de todo? Benditas compras por internet y benditos mensajeros que te lo traen todo a tu casa.

Pero tal vez el karma navideño sí se ensaña conmigo. Domingo por la mañana, mi resfriado remite un poco aunque mi espalda, no sé porqué, está hecha trizas. Decido pegarme un baño cleopátrico que me beneficiará en el aspecto catarro y el aspecto espalda. A los cinco minutos, la bombona se acaba, y maldita sea, no hay repuesto… ¿qué he hecho?

Los que hayan respondido «llorar sin consuelo» han estado cerca, pero no. Tras garantizar un repuesto bombonero, pues eso, a la calle, a comer como si no hubiera un mañana, a intentar beber moderadamente, a soportar villancicos, niños y a meditar si Herodes era un cruel infanticida o un señor incomprendido. ¿Por qué aguantamos todo esto año tras año? No lo sé, pero ahí estamos, aguantando el tirón. 

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...