No sé si ustedes lo notan, si ustedes, señoras y caballeros de edades diversas, trabajadores, parados, ciudadanos al fin y al cabo, se han percatado de que hemos salido de la crisis. Tal vez hemos salido pero nos gusta quejarnos de vicio, puede que por aquello de que las únicas cifras que vemos aumentar son las de españoles que se van fuera en busca de un futuro mejor.

Vivir en crisis y en España ya no es fácil para nadie, ni parados jóvenes ni parados de más de cuarenta años. Ambos comparten una frustración; los primeros la de intentar incorporarse a un sistema dispuesto a explotarles pero no a pagarles, los segundos a ver frenada su vida laboral con un invisible muro que les dificulta reincorporarse a ella.

Pero estos dos sectores no están aislados, de hecho suelen conocerse bien, suelen ser padres y madres de hijos e hijas pertenecientes al sector JASP, ya saben, aquello de ‘Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados’. Fueron estos progenitores los que nos animaron incansablemente a estudiar, los que se empeñaron en que tuviéramos más formación que ellos, los que permitieron que eligiéramos lo que nos gustaba, que dejáramos y retomáramos, en muchas ocasiones, la vida estudiantil.

En la mayoría de los casos lo logramos. Elegimos con más o menos suerte una profesión y clavamos los codos en ella. Nos ilusionamos, nos formamos, vimos mundo, analizamos ramas de especialización, creíamos poder seguir eligiendo y aquí vino el choque con la realidad que nos tocaba vivir. Se desplomaron muchos esquemas, muchas empresas, mucho empleo público en el que demasiadas profesiones habían afirmado su permanencia, y como siempre pasa en estos casos, la capacidad de reacción es algo lenta.

No faltaron iluminados con demagogas soluciones como el autoempleo, maquillado con el barniz del emprendimiento. Una especie de: ‘quítate de en medio, búscate la vida y si fracasas, pues a mí no me mires’. Otra gran afirmación de este gobierno fue tomarse la emigración laboral como una experiencia aventurera, algo así como aquellos europeos que probaban fortuna en el Nuevo Mundo, sólo que ahora la fortuna se busca en mundos viejos aunque algo más estables que el de la anciana piel de toro.

Darle vueltas a todo esto es el pan nuestro de cada día. Comento con un amigo nuestras ideas y proyectos de futuro. No queremos darle la razón al gobierno pero ¿qué nos queda? Hemos aprendido a amar lo que hemos estudiado, a hacer cosas diferentes, y al final parece que solo el maldito emprendimiento nos ayudará, a falta de respuestas empresariales y públicas.

Y en eso andamos, buscando la fórmula, parafraseándolo, buscamos como tirar por la vía de en medio para ser trabajadores, empresarios y anticapitalistas… Y esto, en mi caso, acompañado de sueños de investigaciones, doctorado y una vida académica que se me pinta tan larga y dura como apasionante.

Cruza el charco otra conversación con una amiga de esas aventureras, que ha pillado una enfermedad extinguida en España pero que aún es frecuente en aquellos países donde las multinacionales capitalistas contaminan las aguas. Hablamos del prejuicio que en nuestra profesión se tiene al sector privado para concluir que no hay otra salida digna. El empleo público además de escaso está corrompido, prostituido, sometido y suele convertirte en un ser burocrático y amargado que olvida los ideales que ahora mismo nosotras tenemos tan recientes.

Otra amiga, más cerca geográficamente pero al otro lado de Los Pirineos, anda planificando su vuelta a casa por Navidad. Es una espectadora de excepción en un lugar donde la crisis es sólo un fenómeno lejano. Allí se aprovechan de ella, de los españoles dispuestos a cualquier cosa por dos duros, inmigrantes que no se quejan porque hasta aquella dignidad que venía como complemento en el lote de la clase media, empieza a desmoronarse ya.

Llega un sobre dorado desde Alemania. Mis primos nos felicitan otras navidades en que no cenarán en casa. Y esas son las dos opciones de los JASP, o eliges la aventura y te vas, o te quedas y te pones a la tarea de emprender.