El fin de semana y el ‘no puente’ han sido agotadores. Mis cansadas botas y yo volvemos con esa mezcla de fatiga, alegría y hartazgo. Mis visitas a Madrid siempre resultan breves, o tal vez hay tanto que querría hacer que no hay tiempo para el sosiego en la capital.

Madrid a veces se parece a Nueva York, a veces a Madrid y a veces al pueblo más pueblerino del país. Probablemente esas masas uniformes de gente que deambulaban por las calles, impidiendo ir a cualquier parte en un tiempo normal, sean lo que más me han sacado de quicio. Eso y la constatación de que un desayuno en la Villa y Corte sigue siendo de lo peor, una tortura culinaria.

Luego está todo lo demás, el encanto de los teatros y los bares, el Museo del Prado, las sorpresas que este depara en cada visita, el Barrio de las Letras, ese barrio siempre con versos en las calles y maravillosos fantasmas en el aire.

Pero se te instala la dinámica de no perder un segundo, toca retornar y el AVE ofrece varias horas sentada que no deberían desperdiciarse. Aunque la película que te ofrezcan sea la maravillosa ‘Al encuentro de Mr Banks’, no puedes limitarte a algo tan nimio como ir en un tren viendo una película. Hay mucho que hacer, tienes mil temas pendientes, o mil y uno.

Así que acabas con un despliegue tremendo en un espacio reducidísimo. Echándole un ojo y una oreja al filme, tecleando una divagación que va a convertirse en tu columna, con Dropbox abierto y varios artículos científicos al retortero, maldiciendo al netbook que no quiere conectarse a la red wifi que has habilitado con el móvil, el que también utilizas para pedir auxilio a amigos, lloriqueando por tu falta de inspiración, porque en el tren nadie te inspira para escribir la típica columna cotilla de tren.

Hasta el Norte de Francia llegaron mis lamentos.  Mientras, por la ventana cruzan los paisajes manchegos que nadie mira.  Al principio eso era todo. No había mejor ni mayor distracción en un tren que mirar por la ventana. Ahora eso no nos sirve ni de lejos; a mí por lo visto menos que a nadie, que pretendo hacer casi de todo en un trayecto Madrid – Sevilla.

Se quedan atrás los kilómetros y empiezas a perderle el miedo a la página en blanco. Te das cuenta de ello porque te has pasado un cuarto de hora impertérrita, mirándola desafiante. En los últimos tiempos eso te ocurre mucho. Probablemente no sea malo, hay que enfrentarse a ciertas cosas. Y te has desecho de esa temible página vacía escribiendo una columna que no lo es, que no habla de nada y que tal vez habla de todo.

Sinceramente, me habría encantado no tener nada que hacer, ir dormitando, pensando y a ratos, absorta en la película. Pero eso habría tenido un precio. Esa película me hace cantar, no puedo evitar escuchar las canciones de Mary Poppins sin unirme a ellas.

Y yo que le había prometido a la Zurbano estar atenta a los pasajeros para escribir algo de esas conversaciones que se escuchan sin querer escuchar. Y lo peor es que con pequeña oficina incluida, terminé cantando en el tren.  Por suerte no iba en el maldito vagón silencioso, eso habría sido mi perdición total…

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...