Las expectativas me dan auténtico pánico. Tengo miedo porque soy de esas personas que pueden acelerarse de mala manera en poco tiempo, entusiasmándose e ilusionándose con cosas que están por venir. Nadie vive las decepciones de forma más devastadora que la gente así. El escepticismo intenta crear una red de seguridad que a veces funciona y a veces no, y a veces, en el mejor de los casos, crea una red que no hace falta usar.

Desde que en una red social me lanzaron la presentación de «Patente de Corso: Tratado ibérico del hijoputismo» en El Rinconcillo mi entusiasmo se disparó. Fue algo de cero a cien en poco tiempo, el tiempo en que procesé que los chicos de MundoFicción iban a montar una obra con los textos de mi columna de opinión favorita del mundo mundial, Patente de Corso, de Arturo Pérez-Reverte.

Era una sensación parecida a cuando hicieron el musical de Sabina; un egocentrista sentimiento de que eso estaba hecho para mí, pensado para mí, a la medida de algo que está por encima de un simple gusto o afición… son cosas que forman parte de mi vida, porque tanto los artículos de don Arturo como las canciones del maestro Joaquín me han acompañado durante más años de los que puedo contar con los dedos de las manos…

Temía con esta obra lo mismo que temí en aquel musical, no reconocer esas frases, esos significados y significantes que habían sido un descubrimiento en algún tiempo remoto. Pero por suerte para mí, la representación del Lope de Vega no me defraudó, sintiendo la misma alegría y alivio que en el teatro Rialto de la Gran Vía.

El texto es «revertiano» a más no poder, desde las clasificaciones de «hijosputa» e «hijos de puta» hasta el desprecio por la indumentaria playera. La foto de Robert Capa, la reflexión sobre Chiquito de la Calzada, la defensa de la dignidad de la vejez, los recuerdos de guerra… Todo en diálogos, monólogos, escenas tan ad hoc que en ciertos momentos eran puras conversaciones de los compadres. Pero lo mejor, lo brillante y lo universal del asunto es que si no se tiene la desmedida afición mía por el columnismo de quien ocupa el asiento T mayúscula, no importa; la obra sigue siendo genial, accesible, tragicómica, humana, realista y viva.

El trabajo de Alberto y Alfonso ha sido precisamente este, vivificar la página del suplemento dominical y regalársela al público. Hay un componente catártico en todo esto, una fuerza que hace pensar que podría haber una segunda parte, porque artículos» revertianos» hay miles, historias de Marianos hay cientos y con suerte, Alfonso y Alberto tienen cuerda para rato.

Y por cierto, a la periodista que escribió la crítica en el periódico que fundó el Cardenal Espínola no sé si le faltaba leer a Pérez-Reverte, ver teatro actual o un hervor, pero algo le faltaba.

Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...