Hay grandes momentos en la vida, puntuales, claves, en los que demuestras quién eres. Pero, con demasiada frecuencia, olvidamos que pequeños momentos, a diario, también nos permiten demostrar muchas cosas.

Para todo cofrade al que le guste juntar letras, el atril del Maestranza es uno de esos momentos clave al que muy pocos son llamados. Francisco Berjano fue uno de esos elegidos a los que se les permite, una vez en la vida, plantarse en ese escenario y pregonar la Semana Santa.

Finalizaba su pregón con aquello de que cada cofrade lleva su pregón dentro y que ése había sido el suyo. Caballero, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, pero lamentándolo mucho, a la arriba firmante usted no le ha demostrado tanto como a otros, más complacidos con su intervención.

El pregonero había preparado el terreno, diciendo cada vez que podía hacerlo que no buscaba aplausos, que sería un pregón cristiano. Esto último siempre me parece una perogrullada. Es algo que se da por hecho a no ser que el Consejo organice el Pregón de Carnaval y yo no lo sepa… Berjano también dijo al final de su pregón que habría cofrades que no habrían entendido lo que él había querido decir, refiriéndose a ellos como cofrades de incienso y marchas.

Es triste saber de antemano que tu pregón no va a llegar a todo el mundo, sobre todo si lo sabes y te da igual. El no hacer un pequeño «esfuerzo» por escribir para todos los cofrades, sin excepción, tiene cierto tinte elitista, pero volvemos a lo mismo, cada uno da su pregón. En cualquier caso, no es ésa mi situación. Yo entendí el pregón del magistrado, puede incluso que lo entendiera más de la cuenta y por eso no me llegó. De hecho, a veces se me atragantó.

El uso repetido de términos como «inmolación» o «radicalismo Evangélico» me parecieron innecesarios y más cercanos al radicalismo que otra cosa (si Berjano fuera islámico habríamos salido todos por pies). No quiero profundizar en su alegato pro-vida porque aludía a una experiencia personal, pero de verdad que el argumento era bizarro.

Tocando el ámbito profesional e incluso el personal, no comparto en ningún punto sus reivindicaciones de la Caridad ni la discapacidad entendida como una actitud heróica ante una cruz impuesta por una deidad superior. Ese paradigma dejó de tener sentido en la Edad Media.

Pero, sin duda, para mí lo peor fue la hipocresía, la ambigüedad al sevillano modo, entonando un mea culpa que se quedó en un quiero y no puedo. Habló de cómo criticamos en esta ciudad, de cómo ofendemos al prójimo diciendo verdades o mentiras, lo mismo da, y aludió, en sus mil referencias al compromiso cristiano, al Papa Francisco. Arrancó la ovación espontánea de un público deseoso de aplaudir cuando dijo aquello de que las llaves del Pontífice son para abrir puertas, no para cerrarlas.

Qué gran razón en todo esto tenía el pregonero y qué bonito habría sido que se aplicara a sí mismo su propio pregón, porque el Papa, ese argentino que no cierra puertas a nadie, estoy segura de que nunca habría devuelto desdeñosamente las entradas del pregón del año pasado. Y creí, ilusa de mí, que aprovechando la oportunidad, Berjano se disculparía por haberle cerrado su puerta a quien el año pasado tan bien pregonó nuestra Semana Santa, pero no fue así. La doctrina es más fácil pregonarla que cumplirla, también es eso muy sevillano y también, por supuesto, queda en el marco de la libertad individual que tiene todo cofrade que lleva un pregón dentro.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...