Hoy, mis detractores van a tener material de sobra para criticarme, pues hoy toca un tema poco popular, quizás algo personal, que no he abordado antes porque no me parecía oportuno, pero ahora sí me lo parece. Es lo malo de esta columna, está a la completa disposición de lo que servidora quiera escribir.

El panorama deportivo español, muy en boga últimamente, es tal vez la punta de un iceberg inmenso y desconocido. Una vez se traspasa la rutilante frontera del fútbol, el baloncesto, el ciclismo o el tenis, se llega a un mundo más solitario que la gran mayoría desconocemos. Un mundo de entrenamientos diarios y agotadores, de becas y ayudas en muchos casos insuficientes (cuando las hay), de penas y alegrías que quedan en la intimidad de los  más cercanos. Si esto parece minoritario, los ámbitos del deporte paraolímpico ya son más intimistas aún.

A todo lo anterior hay que sumarle el hándicap personal de cada deportista. Pero no voy a contar algo lacrimógeno de superación de barreras y esfuerzo personal; no por nada, hoy no procede, además de que pese a limitaciones físicas, sensoriales o intelectuales, se trata de deportistas como los anteriores, que se alegran y apenan por los mismos motivos. De hecho, la historia que me gustaría contar hoy es una de cómo uno de estos equipos casi anónimos de los que les hablo, la Selección Nacional Masculina de Goalball consiguió una plaza para las Olimpiadas de Londres 2012. Pero no puedo contarlo.

Tras mucho tiempo de trabajo y esfuerzo, tras haber logrado lo más difícil en un deporte colectivo que es “ser un equipo” en el amplio sentido de la expresión, la plaza se les escapó de las manos de una forma casi injusta, en un partido cardíaco que acabó dando el pasaporte a la ciudad del Támesis a una selección de cuyo país nos llegaron los Premios Nobel y las estanterías Billy. Y el sueño se fue, y las ganas de llorar ya ni se pasaban llorando, porque rozar el objetivo con la punta de los dedos y perderlo duele más que no haberlo tocado nunca.  Dinamarca les regaló el sinsabor de la derrota y la alegría de saber que pese a todo, habían trabajado por lo que soñaban, aunque el resultado de su trabajo se malograra.

Es curioso como si te metes un poco en la dinámica del juego, ves partidos y demás, esto puede emocionarte tanto o más que otros deportes; así que si me admiten el consejo, bicheen por la red, que ahí está todo, o gran parte de ello. Pongan “Goalball” en su buscador predilecto; encontrarán vídeos, páginas, grupos faceboock y toda la información de algo que si te engancha, puede ser el mejor deporte del mundo.

Dejarán de formar parte del 99,5% de la población española que desconoce esta disciplina, e incluso, si profundizan mucho, podrían llegar a entender cómo se atraganta un gol de oro, provocando que un sevillano con más envergadura que un romano del “pasocristo” de Las Cigarreras llorara como un niño en ese momento, y como sólo una cosa pudo redoblar su llanto, el himno de Andalucía más gadita que hay,  porque nunca Dinamarca fue más triste que aquella mañana, y nunca Chano y el coro de Julio Pardo fueron más hermosos.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...