En mi casa tenemos un curioso síndrome de Diógenes. Seguramente eso justifique que vaya a lucir esta feria unas pulseras de flamenca con más de treinta y cinco años. También es de agradecer, porque el color de marras no era fácil de encontrar.

En una de estas sorpresas que el síndrome te depara a la vuelta de la esquina, o más bien al fondo del cajón de costura, aparecieron hace meses unos cartuchos de estos de pistolas de juguete. Llevaban muchos años ahí, pero casi recuerdo la historia entera. Obviamente, si teníamos esos cartuchos era porque en mi casa había pistolas de juguete. Ambas eran de mi hermano, pero resultó que una tarde me dejó una que a él le gustaba poco. No sé como surgió la cosa, pero empezamos a dispararnos.

No había línea argumental para el juego, no tenía sentido, no tenía una historia o rol, simplemente uno frente al otro, cada uno a un lado del pasillo. Nos disparamos a lo largo de mucho tiempo, sin hablar ni nada. Sólo cargar la pistola cuando el cartucho se acababa y apretar el gatillo una y otra vez. ¿Por qué? Ni idea, pero un psicólogo sacaría infinito partido de esta historia.

Total, no sé si mi madre llegó a pensar que aquello era malo o simplemente hacíamos mucho ruido en nuestra galería de tiro y confiscó el último paquete de aquellos cartuchos. La verdad es que no sé si nos enfadamos mucho, no recuerdo reclamar después lo confiscado, ni recuerdo jugar más con la pistola, pero me hizo mucha gracia cuando el otro día finalizó el castigo y mi madre me dijo que si los quería me los daba.

La semana pasada, en Nueva Jersey (Estados Unidos), un niño de cuatro años mató de un disparo en la cabeza a un niño de seis. ¿Por qué? No lo sé, jugaban creo… Y lo peor de todo es que yo, que no encuentro nadie que no afirme que fui una niña muy buena, sé que a veces a los niños les gusta jugar a dispararse. Probablemente responde a una pulsión de esas que Freud inventó para que todo pudiera explicarse.

Sé que un niño, sin necesidad de ser especialmente travieso, puede tener interés por jugar con pistolas, pero por lo visto no todos los niños del ‘Primer Mundo’ tienen pistolas únicamente de juguete, y por lo visto tampoco una madre como la mía, que confisque cosas cuando el juego empiece a ponerse dudoso.

Pero claro, aquello es el país de las oportunidades. No hay muchos más estados desarrollados donde un niño tenga la oportunidad de morir de esa manera.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...