A veces me consuela mucho pensar que cualquier tiempo pasado no fue mejor, será porque la otra noche soñé que volvía al instituto y me desperté agradecida de estar lejos de aquello. También porque últimamente he visto a muchos niños en reportajes de Halloween siendo tratados como ‘Pobrecitos, se dejan convencer por otras tradiciones con un disfraz’.

La verdad es que he escuchado muchas gilipolleces en estos días sobre lo que ahora mucha gente define patrióticamente como ‘nuestras tradiciones’. Para empezar, somos un pueblo variado, repleto de trozos de tradiciones de aquí y allá, incluso con reminiscencias celtas, los creadores de Halloween, que por si nadie se ha molestado en buscarlo, les comento que es una fiesta pagana anterior al cristianismo incluso.

Puedo estar de acuerdo en que las celebraciones de los últimos años son una burda imitación de lo visto en las películas y series made in USA, pero lo que no es de recibo es que ahora la gente se queje cuando durante muchísimos años a nadie le ha importado lo más mínimo eso de ‘nuestras tradiciones’.

Para empezar, no hay que ser un experto en psicología infantil para suponer que disfrazarse de cualquier cosa es más divertido que limpiar la tumba de un familiar difunto, a no ser que el niño sea el próximo Almodóvar y tenga que ir captando cosas para hacer en un futuro algo parecido al comienzo de la película Volver. Luego está el hecho de que los dulces españoles generalmente son poco atrayentes, y lo de los ‘Huesos de santo’ es que es ya el remate. Escasísimo porcentaje de niños preferirán comer esa cosa pudiendo tomar chocolate con forma de calabaza y cosas así…

Y en un plano más localista y cultural tenemos a nuestro reconocido, pero a veces muy olvidado, don Juan Tenorio. Puedo estar contenta de haber visto esa obra bastantes veces, cosa rara para alguien de mi generación, pero pese a que agradezco mucho al grupo teatral de los antiguos alumnos de Los Padres Blancos que tantos años le dieron vida a la obra de Zorrilla para que muchos pudiéramos disfrutarla, había que sudar lo suyo para conseguir las entradas, ya que no actuaban en el Lope de Vega por desgracia.

Pero ahora lo fácil es refunfuñar sobre todo, quejarse de que los yanquis nos invaden, como si no lo hubieran hecho antes y con asuntos peores, y llorar por las esquinas pues nuestras tradiciones, esas que generalmente ni fomentamos, ni cuidamos, se están perdiendo, maldita sea.

Como tantos sevillanos, he sufrido un prolongado corte de luz en la tarde del domingo, y sin nada que hacer, sin más distracción que una radio a pilas, buceando por el dial intentando escapar de las retrasmisiones futbolísticas y la música que no me interesa, he llegado a un curioso programa de Radio 5. Se llama ‘La estación azul de los niños’ o algo así, y pese a ser mayor que el público al que el programa se dirige, me ha maravillado. Es un espacio para niños, que les habla directamente a ellos, les recomienda libros, películas, les propone acercarse a todas esas cosas que deberían interesar a los más pequeños para que el día de mañana creen su criterio propio.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor, y no soy especialmente nostálgica, pero merecería la pena haber tenido en mi infancia un programa como el que hoy, por casualidad y accidente, he podido escuchar.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...