Leí hace un puñado de días en el twitter del periodista gaditano Juan Manzorro que volvía al trabajo con la misma alegría con la que se había ido de vacaciones. Y añadía, lamento no recordar textualmente los términos, que eso del síndrome postvacacional era poco más que una pamplina. Yo acabo de agotar mi última semana de vacaciones y no sé si tengo las fuerzas de don Juan para reengancharme.

Como tanta gente, no tengo un trabajo al que volver, aunque afortunada de mí, me espera otro curso universitario al que tal vez muchos compañeros no se reincorporen gracias a los recortes en las becas y la subida de las matrículas.

Septiembre es, a la vez, reencuentro y punto de partida. Puedes reengancharte a tu rutina o partir desde cero como si de un 1 de enero se tratase.

Algunas amigas compran ya ropa otoñal pese a las semanas de calor que nos quedan. El ordenador funciona a trancas y barrancas, pidiendo a gritos una visita al taller que lo ponga a punto para el comienzo del curso. La programación televisiva se modifica. Todo el mundo y todos los elementos parecen conjurarse en ese fenómeno de septiembre.

Sin embargo hay un signo de esta nueva etapa que me ha gustado menos que ninguno, y es, valga el pleonasmo, la nueva etapa repleta de cambios de la Cadena SER.  ¿Eran necesarios? Seguramente no. Empezando por esa modificación de las sintonías que me chirrían cada vez que las oigo. Desde hace tiempo, coincidiendo con la muerte de Polanco, vengo observando que todos los cambios de esta emisora son para peor. Y que me perdonen esos profesionales de mi niñez a los que seguiré siendo fiel, aunque cada vez queden menos de estos, pero yo ya cada vez me reconozco menos en esas ondas que han convivido conmigo durante todos mis años de existencia.

Tal vez, a cierta edad, los septiembres duelen como en las canciones de Ismael Serrano, pero  me niego a creer que todos los cambios que se suceden en los novenos meses del calendario son siempre para bien. En el caso de la SER, han cambiado últimamente todo lo que era perfecto de la manera que estaba. Pero, hace meses, cuando en plena huelga de firmas Francino decidió que lo importante no era hablar de esto sino de la nueva programación, ya conseguí entender todo esto algo mejor.

Al escuchar hablar a ese señor colombiano que, si mal no recuerdo, era director de programación -disculpen que no me tome la molestia de buscar su nombre en Internet pero me da pereza hacerlo-, pude deducir por qué el sinsentido de estos años, pues comentaba orgulloso este sujeto que lo importante en la SER era mantener y trasmitir buen rollo. Ahí es nada, oiga. ¿Quién quiere otra cosa pudiendo tener horas y horas de buen rollo?  Bueno, yo sí prefiero otra cosa, pero tal vez yo no encajo ya en la Cadena SER.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...