Es desternillante, por no decir algo más fuerte, lo que hay que aguantarles a algunos talentosos autores, vaya esto con toda la retranca que se le quiera dar, pero es que lo que hay que soportar en estos tiempos de leyes absurdas y políticos deseosos de contentar a todos empieza a no tener nombre.

Claro está que todo trabajo debe tener su recompensa, y el arte, por efímero que a veces sea, no deja de ser un trabajo, pero de ahí al número de disparates que tenemos que oír, va un mundo y parte del siguiente. Porque, dejando a un lado los malos usos como el top manta -que me apena mucho, no por los autores sino por las mafias que generalmente hay tras los inmigrantes que venden discos y películas-, parecen olvidar ese derecho a la copia privada que hemos tenido siempre en España, derecho que te autorizaba copiarle una cinta a un amigo o que incluso hacía que mi vecina y yo consiguiéramos películas Disney que nuestros padres grababan usando los dos vídeos simultáneamente en un proceso que hoy día parece del pleistoceno. Y lo de prestarse libros para qué contar.

Parece imposible pensar en algo tan básico como que, si algo te gusta, haces el gasto de comprarlo, y si no estás muy seguro, buscas quien te lo preste o, ahora, te lo descargas.

Y claro, de todo esto que sólo he esbozado, llegamos al punto de que alguna escritora decida que su trabajo no es valorado y que dejará de escribir por ello. Ardo en deseos de encontrar a alguien que se descargue semejante cosa. Quizás esta mujer desconozca que frente a su poco valorado trabajo, los profesionales que realizan publicaciones científicas, escritos que generalmente tienen detrás más trabajo que todas sus novelas juntas, tienen criterios divulgativos que hace que incluso las revistas, una vez pasados seis meses de su publicación en papel, estén disponibles en la red de redes para todo aquél que las quiera o necesite. Aunque claro, la idiota soy yo, comparar publicaciones de este tipo con las historietas de algunas merece cárcel…

Pero hoy, con el aniversario de Dickens en la espalda, todo esto es un mosqueo innecesario por mi parte. Tras ver por todas partes diferentes homenajes y conmemoraciones, tengo la cabeza llena de sus grandes obras, sus delicados personajes, esas novelas que han sido capaces de sacarme la risa y las lágrimas por igual, esa literatura humana con lo más sórdido y lo más exquisito, con personas buenas, malas y corrientes. Libros inmortales que parecen vigentes en estos tiempos; libros que tal vez gozan de una perpetuidad que probablemente no conocerán las obras de quien tanto se indigna.

Paradójicamente, en Internet pueden descargarse prácticamente todos los libros de don Charles, ojalá mucha gente se los bajara y de este modo pudieran entrar en ese fascinante mundo que el creó hace ya un buen puñado de años.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...