Nunca me han gustado los musicales. Salvo alguna película de Disney que adoré en mi infancia, mi mente hiperrealista se negaba a ver algo, sobre todo una obra de teatro, en la que de pronto se pusieran a cantar y bailar, independientemente del momento o el lugar.

Mamma mía o Grease nunca me llamaron la atención, incluso me parecían una horterada, más el primero que el segundo, del que sólo ví la película por casualidad en un AVE. Pero imagino que es que no había encontrado mi musical, ése donde yo encajaba y podía imbuirme. Las canciones de Abba no me decían nada, igual que nunca lo hicieron las de Mecano en su ‘Hoy no me puedo levantar’. Las canciones de Sabina eran lo mío, desde siempre, desde que tengo cinco o seis años. Aunque no niego que mi recelo innato al género musical me hacía pensar que ‘Más de 100 mentiras’ podía defraudarme… No sabía si las canciones de Sabina, bien cantadas, por así decirlo, tendrían algún atractivo para mí. Pero sí, sí que lo tuvieron.

Ya Pancho Varona, el Pepito Grillo del jiennense, dijo que el musical gustaría si no se era excesivamente “talibán sabinero”, es decir, esa gente que quiere quedarse con el cantante de la Mandrágora y poco más. Esto, y saber que en cierto modo el propio Joaquín había dado el visto bueno al montaje, me hizo pensar que esto podía gustarme; pero nada me previno de que me encantaría. Las canciones de mi vida saltaron a una nueva dimensión, una nueva catarsis autor-seguidor en la que por ejemplo ‘La canción de las noches perdidas’ toma forma, la forma que siempre debió tener, la de prostitutas con voces prodigiosas ofreciéndose a clientes, o la versión más “almodovariana” de ‘Yo quiero ser una chica Almodóvar’.  Los actores, fantásticos; las coreografías, geniales; y el vestuario… sinceramente, creo que a nadie le habrá gustado más que al propio Joaquín Sabina. Los poemas, las canciones y una trama de mafia y bajos fondos se entrelazan de forma entrañable, dando incluso un nuevo sentido a la mítica ‘Pacto entre caballeros’.  

Las 100 mentiras me han encandilado por completo, pese a que también he visto el mítico Chicago, obra cuyo jazz me enganchó, pero cuyas canciones no me llegan donde las del poeta de Jaén; y ésa es la verdad de las 100 mentiras, que las canciones inmortales de Sabina son tan grandes que lo son en cualquier formato, y sea en el escenario que sea son capaces de brillar como lo hace ese bombín luminoso en el número 54 de la Gran Vía.

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Técnica Superior en Integración Social, Graduada en Trabajo Social, Especialista Universitaria en Mediación, Máster Oficial en Género e Igualdad. Actualmente Doctoranda en CC. Sociales; investigadora...