Percibo últimamente que muchos cuya argumentación pasan por falacias y simplezas se están sumando a una corriente de pensamiento que, ‘podemizando’ –dícese la creación de debate simplón, macerado con polémica, con la supuesta excusa de defender a Podemos- ha logrado el abono perfecto para manipular, todavía más, a una ciudadanía de fácil engaño.

Resulta curioso comprobar como las colas de la panadería o el supermercado, ahora están plagadas de politólogos y analistas políticos que, al calor de Podemos, se sienten con el derecho de tachar de ladrón o sinvergüenza a cualquiera que tenga o haya tenido algún tipo de relación con lo público. Claro está, siempre que no tenga relación con el partido de Pablo Iglesias.

Es inconcebible, en cualquier sociedad medianamente formada, que se meta a todo el mundo en el mismo saco de podredumbre y falsedad, en el que algunos se han ganado estar por méritos propios, pero donde otras tantas personas interesadas o vinculadas con lo público, ni se merece, ni tendría que verse salpicada en modo alguno.

Pero claro, ¿quién puede arrebatarle la razón a hordas instruidas en su sofá a fuerza de show televisivo con aspecto de pseudodebate?¿Y quién es capaz de contradecir a los neocatedráticos de Facebook? ¿Y a los papagayos de grupos y páginas que, como fans enfervorizados de Pablo Iglesias, lanzan informaciones rigurosas, contrastadas, y sin rastro alguno de falacia o demagogia?

Soy el primer indignado en ver cada día un informativo o leer un periódico. De ver como responsables públicos tratan con desdén a los ciudadanos. Los hay que mienten, engañan, o manosean sus voluntades. Sí, es cierto. Sin embargo, también veo a gente honesta, a políticos responsables, a gente agradecida, seria y consecuente con lo que dice y con lo que hace. Eso me hace saber que muchos de esos mensajes ‘podemizadores’ poco tienen que ver con lo que quizás el propio Iglesias defendería, y mucho menos con lo que sería rigurosamente cierto. Ni siquiera con lo medianamente razonable.

Nuestra cultura se centra constantemente en criticar lo que no nos gusta, en lugar de poner en valor lo que se hace bien. Esto es fundamental. En lugar de construir y animar, nos hemos centrado en destruir, en separar, en tirar lo que hacen otros como única forma de poner en valor lo que nosotros pensamos que es mejor. Y de esos polvos, estos lodos.

Esto es, sin duda, el principal motivo que ha convertido a una cifra importante de indignados, protestones o desencantados en sabios conocedores de la política, la gestión pública y del derecho penal. Y el peligro de que un partido, sea cual sea, se sustente en verdades parciales e interesadas, sesgando parte de realidad y con el descaro de anteponer su verdad a la del resto por ser, ayuda poco a construir, dialogar y aprender de las experiencias y los errores y mucho menos a construir proyectos compartidos.

El caldo de cultivo para situaciones como estas, está servido en una sociedad en la que el baile de sistemas educativos, el nulo culto al esfuerzo y la poca valorización colectiva de los que salen adelante, son el día a día. Más educación, más reflexión y desde luego, más cautela. Quizás eso nos ayudaría a reducir el tremendo ruido que no nos deja pensar en lo que de verdad importa: cómo arreglamos esto.

Licenciado en Periodismo y Máster en Sociedad, Administración y Política, puso en marcha el 'Proyecto Deguadaíra', germen de Sevilla Actualidad. Ha pasado por El Correo de Andalucía, Radio Sevilla-Cadena...